Los héroes del aire

Burke Devlin se preocupa rotundamente, aunque pierda el empleo, por conseguir una nota cargada de la naturaleza humana que hay en esta familia de feriantes. El editor del diario no le interesa para nada estos aviadores que “tienen alcohol en las venas” (The tarnished angels, 1957), prefiere que cubre una nota sobre el senador Griffin, orden que el reportero no cumple. En Pylon, el diario también se ocupa de noticias vacuas sobre política, economía, historias de banqueros:
“Los propietarios de este periódico, o sus directores, o quienquiera que sea el que pague nuestros sueldos, por suerte o por desgracia no tienen a disposición Sinclairs Lewis, Hemingways, ni tan siquiera Chekhovs, principalmente porque no desean tenerlos, ya que lo que ellos quieren no son piezas literarias, aunque éstas sean dignas del Premio Nobel, sino noticias.” 
Sin embargo, el hombre espantapájaros (ubicado a la izquierda) no desiste en querer darles un poco de gloria a los lectores del periódico. El editor procede a despedirlo y eso no le importa, su corazón sigue puesto al servicio de la familia Shumann. 

Infame 1930

Infame 1930. Despiadado
tiempo reluce sus alas negras
en el cuartito pulcro
de servicio donde traba
Carlitos los dientes
por la radiodifusora
que alerta y dubita
el futuro atado al nervio,
que condene a la generación
por venir, a sus hijos, a sus hijitos
a la forma precisa, correcta
de las formas que huele
a paraíso, a tranquilidad,

a paciencia que el nervio no tendrá. 

La voz Conurbalia publica, "La experiencia infantil de la Bestia", por Francisco San Martín

La experiencia en Kafka surge como algo desconocido, en ella algo deviene animal o deviene hombre en un mismo circuito. De los relatos “Preocupaciones de un padre de familia” y “Josefina la cantora o el pueblo de ratones” se vislumbra una posibilidad de experiencia en ese chillido o en la lengua infantil de Odradek, que todavía no logra articular bien los sonidos, o bien no llega a tomar una forma precisa. La existencia de un ser que todavía no tiene voz en un pueblo que endurece tempranamente, un territorio en donde la juventud pasa de inmediato para hacer adultos durante demasiado tiempo”.
Esta situación genera que el lenguaje no se articule de acuerdo, como un signo que no puede ser definido, pero no por el uso metafórico que pueda hacer el escritor de la lengua, sino más bien por el realismo que utiliza para describir el estado o las intensidades que se atraviesa al buscar una salida a ese conducto del devenir hombre o del devenir máquina ya que “lo único que extrae son unidades sin significación”, un uso “asignificante de la lengua” (Deleuze, 1990: 37). El hombre queda del otro lado del territorio, del otro lado de la ley, sigue siendo la extrañeza, el excluido de la lengua. La mezcla de intensidades o de estados que atraviesan aquellos que están en los márgenes, no logran consagrarse en la articulación de sonidos de su propia lengua, encadenar la forma del contenido con la forma de la expresión, y se estancan en un estado prematuro, de impersonalidad, de sensación, de no llegar a ser ese niño en potencia que necesita “el futuro de la raza”, sino más bien niños como los del pueblo de Josefina “que todavía no saben chillar,[....] llevándoselo todo por delante con torpeza, porque todavía no pueden ver, ¡nuestros niños!” desprovistos de significantes para articular una voz, una forma de vida.
En la experiencia los personajes de Kafka son incapaz de observarse en otros porque todavía los otros no lo ven como hombres, hechos de una lengua que los sostenga en un territorio, en un significante que pueda articular el sentido que Odradek manifiesta ser, como sí lo logra, en cambio, el público que asiste a los conciertos de Josefina, que busca reterritorializarse para acceder a la lengua del comercio, del estado, de la burocracia. “Sabemos que tiene con la lengua una relación de desterritorialización múltiple: situación de los judíos que han abandonado al mismo tiempo el checo y el medio rural”. Todos pasaron a trabajar en el progreso que se pensaba en las grandes ciudades. Sin embargo ahí estaba Kafka, para resaltar el alemán de Praga, como expresión que desorganiza sus propias formas para generar nuevos contenidos. Así se hace la experiencia, la forma de vida, en la escritura de Kafka, que rescata al chillido como el habla de los ratones, que muchos la olvidaron en la infancia, y desde allí, con esa lengua ratona construir una literatura menor, un “devenir menor” (1990: 44).
Al optar por la lengua alemana de Praga, también por ser el nómada o el inmigrante de su propia lengua. El devenir animal es la preocupación de la comunidad que, predispuesta al camino de la civilización, intenta aunar a todos niños de un mismo modo, bajo una misma lengua, y otorgarle al sentido, de la tradición heredada, ser el paso previo para la articulación de sonidos. Escalón que Odradek no alcanza por la imprecisión de sentido que conlleva esta palabra, ya que ninguna de las interpretaciones “nos revela que esta palabra tenga algún sentido.” (Kafka, 1983). Por esta carencia de significante, Odradek deviene en animal, en bestia, pero que en algún momento tuvo una “forma inteligible, y ahora está rota”.  Por eso está destinado a esconderse debajo de la escalera, y al que se percibe como un “conjunto de estados, diferentes todos entre sí, injertados en el hombre en la medida en que éste busca una salida.” (1990: 56) y que dicho proceso se transforme en una experiencia en sí misma.
De esta manera, lo que se observa, es que el camino de la experiencia queda sometido a los lineamientos de un método, sujeto a sus tensiones, de las cuales el pueblo solamente puede liberarse cuando escucha a Josefina, y que por un lapso puede detenerse en la infancia. El chillido es el habla de nuestra lengua, dice Kafka, y eso es lo que hace Josefina con su canto, chillar, algo que todos pueden hacer, pero a lo que el pueblo ya no puede liberarse, por las cadenas de la vida cotidiana. Sin embargo, al escuchar el chillido de Josefina se libera al sueño, “como si por una vez el sufriente pudiera tenderse y reposar en el basto y cálido lecho del pueblo.” (Kafka, 1983: 693). Hasta hundirse en sus sueños de juventud, que ya pasaron, y durante ese lapso, en el momento de desterritorialización rescate al recuerdo de la infancia, recuerdo al que se asiste al escuchar el tartamudeo de Josefina, que comienza sin ver, inventando el discurso de su canto, sacando de la oscuridad aquello que se expresa rompiendo la forma y ampliando las ramificaciones.  
En los cuentos de Kafka, la experiencia deviene de los bordes, de allá donde la lengua resurge en su animalidad, o que desde allí, es capaz de nombrar como el hombre se encamina a devenir en animal. Si la literatura de Kafka no se ramifica en nuevos sentidos, el pueblo o la comunidad se cierran a esa nueva posibilidad de existir, a esa nueva posibilidad de ser. El recuerdo, el sueño de juventud, fueron desechados al llegar la madurez del cuerpo, al decaimiento de la carne, pero también cuando se entregó la lengua y la vida a la cotidianeidad burocrática, mercantil que acecha los días y los oscurece con el sentido invariable que le otorga a las formas.

Perlongher: corroer el territorio - "La voz Conurbalia", sección CULTURA, por René Roche

Perlongher se ubica más allá del límite del discurso normalizador. De ahí el carácter particular de sus ensayos enrevesados de una intelectualidad de los márgenes, que se ideologiza con la experiencia callejera, con el pálpito de la mirada limitadora de la policía. Si entendemos discurso como el terreno primario de la objetividad como tal, podemos decir que Perlongher, sus ensayos, son la síntesis de todas esas pulsiones marginales que la estructura normalizadora del Estado no contempla. Su discurso se constituye del lenguaje teórico, científico, objetivo, pero además del lenguaje subjetivo. El sujeto poético aparece con una carga que le permite sintetizar su discurso, con una retórica que mantiene una identidad marginal, que no deja de ser lo que es cuando busca expresarse. Es decir, sintetiza el discurso marginal y se enfrenta al discurso hegemónico que busca imponer por la fuerza, una ficción de las identidades que no tiene un asidero visible en la sociedad que sea directamente representable.
El discurso contestatario se encuentra limitado por la realidad que impone el discurso normalizador. Por eso, los ensayos de Perlongher quedan en los límites de lo nombrado, de lo permitido. La violencia y la perversión intentan moldear a los discursos orilleros. Sin embargo la violencia es institucional, “un fantasma corroe nuestras instituciones: la homosexualidad” (Perlongher, 2015: 4) preocupa a las fuerzas del orden. Uno cae preso por puto, dice Perlongher. Los policías tenían un manual para reconocer a homosexuales. Pero la discriminación también proviene de otros bandos, también opuestos al orden institucional, pero que no logran comulgar con las vivencias que padecen los homosexuales. La revolución era una cosa de machos no de maricas, sumisos, condicionados por los ideales de la burguesía. La JP arengaba: “No somos putos, no somos faloperos”. (2015: 5). El mismo Foucault observó este racismo homosexual en los sectores de ideología socialista o revolucionario. En el espíritu de la Comuna de París el enemigo era pensado como enemigo de raza. Puig, en El beso de la mujer araña, expone en la consciencia del homosexual ese saber que lo excluye de cualquier grupo político por “el espíritu sumiso, conservador, amante a todo coste de la paz, sobre todo a coste de la perpetuación de su propia marginación” (Puig, 2005: 182). Es decir la violencia, la persecución discursiva sobre los homosexuales en la Argentina militar de los años setenta, pero también en los años en los que escribe Perlongher, tenía una gran carga ideológica de marca, designada para controlar lo que se muestre como diferente y, de algún modo, detener toda circulación del desvío. Por otro lado, el género heterosexual tenía una imagen pública normalizadora: “se presenta como sinónimo de heterosexualidad conyugalizada y monogámica.” (Perlongher, 2015: 6), imagen que un homosexual como Molina idealiza. De aquí el sustento de los movimientos revolucionarios para dejar afuera a los homosexuales, a los maricones, a los contrarrevolucionarios, y todos ellos entendidos como sinónimos del enemigo.
Sin embargo, notamos que en sus ensayos no hay sumisión, no hay una pretensión por adaptarse a la norma. En su lenguaje persiste la diferencia: algo es lo que es sólo a través de sus diferencias con otras acciones posibles. Un cúmulo de voces heterogéneas se cuela por la hendija de su escritura. Las voces minoritarias de la sociedad se conjugan en su escritura, sosteniendo la diferencia, pero enlazadas por un deseo en común: liberarse de la represión normalizadora de las formas sociales.
Además, desafía el estereotipo de lo denominado como alta literatura. En Breteles para Puig, podemos ver un emparentamiento literario con el autor de El beso…. Ambos, se sumergen en los suburbios sociales, en el lenguaje de barrio, en la no-literatura para crear una voz propia.
Hay una operación camp: tomar lo kitsch para burlarse de lo serio. El lenguaje se amontona para provocar lo efímero y mostrar sin tapujos como el sujeto se constituye de ese lenguaje massmediático: “superficialidad cosmética de la escritura pueril trabaja con la superficie discursiva de los medios, y, más acá, con el lenguaje de todos los días, no deja de agarrar, sino más bien lo contrario, los grandes temas o conflictos sociales” (Perlongher, 2015: 29). En 1964, Sontag dice que los homosexuales son grandes promotores de lo camp, ya que han intentado integrarse a la sociedad en la promoción de un sentido estético: “Lo camp es un disolvente de la moralidad. Neutraliza la indignidad moral, fomenta el sentido lúdico.” (1996: 374). Esta misma operación lleva a delante Perlongher, mostrar sin tapujos la obscenidad de lo serio, la realidad del homosexual en tiempos de represión: “¿Qué pasa con la homosexualidad(…) en la Argentina, para que actos tan inocuos como el roce de una lengua en una glande, en un esfínter, sea capaz de suscitar (…) la erección de todo un apara lo policial, social, familiar, destinado a ‘perseguir la homosexualidad?’” (2015: 5).
Otra característica de su escritura es que el narrador certifica, da constancia: en primera persona narra su experiencia vivida como marginado por la violencia urbana: “por el momento te dan palos” y no hay un modo para explicar lo vivido, por eso satura el lenguaje de adjetivos. Hace de su experiencia un conocimiento y, de este modo, elabora una voz que discute -aunque se sirve- con el discurso intelectual. El concepto de biopolítica, de Foucault, por ejemplo, lo toma para hablar de la violencia que se ejerce sobre el deseo que los cuerpos emanan. El control gubernamental, la cabina que lo mira todo, tiende “por su propia lógica ‘panóptica’, a multiplicar, con la obsesión del registro, refinadas categorías que sirvan para identificar y clasificar a los nómades del submundo”( 2015: 12). De esta manera, corrobora su pensamiento, le da sustento y veracidad a un género que persiste en el límite de los extremos.
El discurso institucionalizado no deja de incidir en el comportamiento de la personalidad. Un aparato judicial hecho a imagen y semejanza de la imagen mediática que delimita los deseos del cuerpo. La ley delimita los límites de lo permitido. Sin embargo, más allá de la ley, el deseo tiene rienda suelta: “el propio territorio donde estos encuentros se consuman configura una especie de ‘tierra de nadie’, ocupada por los enseres móviles de las diversas tribus marginales.” (2015: 12). El cuerpo no tiene lugar en el órgano social, queda desterritorializado, en el límite de lo extremo de sí mismos. Cuerpos que quedan fuera de la clasificación de los cuerpos, de las estructuras que limitan a los sujetos: “masas de adolescentes desterritorializados por la miseria, aminorados por la edad, masas de homosexuales pescando en los zanjones de la marginalidad las aguavivas del goce.” (2015: 13)
La prosa borrosa de Perlongher se mete en literatura con un no-lenguaje, en el límite de las clasificaciones, en la marginalidad del deseo, de las pasiones que las leyes no contemplan como lícitas. Las poblaciones marginales son su fuerte, “el melandro, el delincuente, el pivete, etc.”, “Putas, michês, travestis, malandros, malucos” (2015: 12). Una literatura que se apropia del conocimiento y de las palabras y lo usa a piachere, “la hornosexualidad”,  “la prostitución virial”, “el apara lo policial”. La palabra se fragmenta, la realidad multicultural ya no puede totalizarse, la diferencia ínfima hace a otro sujeto, a otro significado, y que aunque sea heterogéneo, logra un sentido y entabla el discurso marginal.  



BIBLIOGRAFÍA:
-Foucault, Michel (1976). “Del poder de soberanía al poder sobre la vida”. En: Genealogía del racismo, trad. Tzveibel, Alfredo. La Plata: Ed. Altamira, pp. 171-189.
-Puig, Manuel (1976). El beso de la mujer araña. Buenos Aires: Editorial Planeta, 2005.
-Sontag, Susan (1964). “Notas sobre lo camp”. En: Contra la interpretación, trad. Vázquez Rial, Horacio. Barcelona: Alfuaguara, 1996, pp. 355-376.



La real sospecha no es

El ícono de Conurbalia
Nunca estuvo ahí
Nunca fue
Como lo calculó
El coloso,
Sino más bien
En el imaginario
De los hombres
Despreciados
Entre los restos
De una ciudad que es
Lo que no quieren.
Una ciudad sin torres
Sin museos,
Una ciudad corroída
Por la varita del Fingidor
Imagen descubierta
De sentido perpetuo.
Ciudad que no quiere
Clamar en los ojos
Lo que no es
Lo que no será
Y siempre está ahí

lo real de la sospecha.

La palabra vacía

Y si caminamos frente
a un pedestal
mirando sin saber
qué significa
este momento,
solo si seguimos la voz
desproporcionada
de sentido y de imagen,
en esta mañana
que se corta

y otra pestaña,
otra combinación
infinita del reflejo
circundante
de la memoria
numérica
nos lleve
hacia la búsqueda
vacua de ansiedad
mortífera,

despilfarro de la frente
acobardada
en el ritmo brutal
del silencio
que la encierra.  

Imagen del tiempo

miles pasan detrás de la ventana
del tren, esperando
que frene,
miles de zapatos pasan
y no hay uno,

pasan como en una película
pasan miles que fueron y serán
la imagen del tiempo,
como en la memoria queda
esta imagen de nadie

hasta que comience el desbande,
hasta que se abran las puertas,
y comience a ser uno.