A veces mi imagen la mantengo atenta, aunque
es difícil de controlarla. Pero acá está, la tengo, la sostendré. Hoy recordé
todas las causas revolucionarias que pasaron de ilegalidades a ser tomadas como
hechos que sientan juramento a una causa que se repite tan sólo porque hay una
falla en el sistema. Siempre y cuando, esta causa entrometa a un gran número de
hombres, porque si no siempre tan sólo Uno sentaría jurisprudencia y haría las
leyes a su antojo.
Me acuerdo de aquellos hechos revolucionarios
que para hacer justicia una idea debían calzarse las armas o conseguir mucho
dinero para luego derrotar al perverso y así llevar a cabo una utopía. También
pienso en aquellos emperadores que para llevar a cabo su modelo levantaban una
serie de símbolos como estandarte y que por haber implementado una economía
social se los pasaba a considerar tiranos, absolutistas, totalitarios,
populistas, y todos estos conceptos, en análogos casos de la historia, como
sinónimos. Fueron llamados así, porque el que los nombró fue otro que creyó que
querían ser más que él, creyó que le querían sacar algo, creyó que querían su
poder para que otro domine en el cielo. Pero nada de eso era la causa que
impulsaba al hombre a la revolución, la revolución propuso que todos estén en el
cielo pero que también tengan derechos en la tierra. Todas esas causas fueron
combatidas y concluyeron.
También me acuerdo de los campesinos que
se alzaron en armas porque no querían seguir siendo subyugados por los
estancieros. Por eso fueron considerados como ilegales, terroristas, comunistas
y estos conceptos también, como sinónimos. Por esto la justicia los perseguía,
por reclamar libertad, por no querer seguir siendo perseguidos por una imagen
que no tiene nada que ver con su identidad.
Por estos lados del tiempo y de la historia, sucede
algo similar. El alma del pueblo estuvo acorralada durante cuarenta años. Su ley
es la visión del pueblo cuando tiene el horizonte frente a sus ojos. Mientras
la visión del hombre estuvo apagada, mientras estuvo sometido, el creador
maldito le enseñó su odio, su forma de torturar el sueño, le enseñó sus
placeres. Nos engendró su carne y nos hemos dejado de ver. Por eso ahora el alma
fue liberada. Ahora se da cuenta, que todo fue una ilusión que no vivimos y que
estaba inserta en la conciencia. Como si nos hubiesen anestesiado y puesto
otros ojos. Ahora la ilusión se presenta, ahora el alma se ve posar en la forma
de nuestra identidad y ve en su unidad la congregación de todas las culturas.
Todas las voces de los antepasados se vuelven a colar por la hendija, a través
de la cual miro al mundo.