La imagen positiva



Cuando hablan del nivel de representatividad de la presidenta, no se tiene que pensar como un mero porcentaje, con el que cual, uno dice, ah bueno, estamos ganando y nos enorgullecemos como buenos populistas que somos. No sólo eso. También se ve, cuáles son las posiciones que tiene el pueblo. El gobierno representa, pero no lo es si no es con el pueblo, y el pueblo sin voz, sin discurso, no es nada, es un caos de voces, coaptadas por la coima, donde la marginalidad no deja margen. Entonces quién crea a quién, ¿el pueblo a la presidenta o la presidenta al pueblo? Desde aquí, desde la escritura, parece que son las palabras las que escriben en el cielo las demandas de un pueblo. Quiere dejar allí, asentado en lo alto, un imaginario, y desde la política darle rumbo a lo político. Lo institucionalizado por la tradición que nos lega la historia es necesario desbordarlo. Inflarlo, para todas las voces, y no la de una persona, que mira y reina, y adjudica formas de ser.
La mayoría nacional, es decir, la que engloba a casi toda la diversidad nacional (podríamos decir federalista), es el significado de ese porcentaje de representatividad. Es que si no hay diversidad es porque reina el interés de una clase, como si hoy, en la era global, todavía la imagen significara algo no más. Argumentar o teorizar sobre esto, no tiene sentido. Sólo lo nombro para no desorientar la escritura, ni la lectura. Ya no es novedad que el significado se expande y que cada vez es más necesario cambiar el control de la dominación, pero eso parece quedar en el pasado. Y como tal, desde la memoria, nos dice donde no caer. No hay un adversario que pueda encontrar una estrategia que nos pueda hacer caer. No es fútbol o ajedrez. Es la vida, lo político no puede tomar otro rumbo que el bien común, pero el que emite el pueblo, no el orden institucionalizado. Allí está, en la representatividad, la interpretación de ciertas palabras que estaban destrozadas. Donde la creencia sobre esas palabras era nula, era donde se universalizaban.


Ahí está. Una representación a la que el pueblo tiene que acomodarse, cuando la necesidad real surge del hombre. Debe pensar, ni más ni menos, que en el bien de esa persona que está ahí, en ese sujeto, y no sólo en la norma preconcebida. La institución tiene representación si representa al sujeto, no si lo controla. La persona no debe poner la cara para representar al soberano al momento de la foto. Uno debe crear a partir de poner en práctica la capacidad perceptiva: que los ojos vean con lo que el cuerpo siente, el cuerpo individual y el cuerpo social. Así también debe funcionar la justicia: debe adaptar la norma a las nuevas demandas. No aferrarse a su estamento, al control de cómo debe ser el pacto republicano. La estructura intenta controlar la realidad del sujeto, la expansión de su yo social. Pero no puede. Por eso es necesario lo político, para que esa representación que acapara la presidenta se materialice en la vida de todos los ciudadanos.