El horizonte lo borronea una mano
que juega sobre este camino a casa.
El cuerpo desespera por el ritmo
de unos ojos confundidos.
El deseo y el recuerdo se pegan
en el sueño de la noche.
El viento arrastra hojas caídas,
los gatos negros escapan de mi paso,
yo escapo a la brazada de los árboles.
Con espanto camino, camino a casa,
cruzo la ciudad, cruzo un río inmundo
y a lo lejos, un fuego revive
los corazones de la noche de ayer.
Mi paso avanza por calles solitarias.
Sólo queda la poesía en la luz amarilla,
en las casas bajas de una ciudad que fue,
en los rascacielos que se proyectan,
en los hombres que la sombra presume
en cada esquina, en cada frente.
La poesía se pega en las baldosas flojas,
en el cielo púrpura, y las estrellas
que apenas se vislumbran
me destinan ser un rey de un reino
sin ciudadanos, sin horizonte,
enredado en el misterio del camino a casa,
en el misterio de estas palabras.