Venía en la butaca del tren
que viene pegada a la puerta.
Venía entre montones de bolsas de cosas,
y los pasajeros murmuraban el sueño
que siguen vagabundeando.
Todos iban allí, sobre la vía de su
anhelo
¡atentos al vaivén del movimiento!
el tren apenas cruzaba Gerli…
¡atentos! para no caer.
Se acomodó y acomodó las bolsas
que traía, para no estorbar el paso
del camino al vagón del maquinista,
camino que transitan apurados,
los que desafían al tiempo.
Levantó las cejas y emprolijó sus lentes,
el tren apenas pasaba por los siete
puentes.
Los trenes de carga esperan seguir
la vía al interior del país
y una señora con arrugas
de mañanas sin sol,
con la cara seca ofrece carilinas.
Limpió de sus ojos la grasa del día,
el tiempo que lo rodea está quieto
y el movimiento está afuera del tren
que cruza sobre un río negro:
en esa agua estancada que queda atrás
el pueblo no se bañó dos veces,
además siguió siendo el mismo.
El espacio como la luz declinaba,
el tren seguía su carril
al corazón hipertenso de la ciudad.
Otro porfiado viaje termina.
El hombre volvió con sus manos
rojas, a cargar sus bolsas de cosas.
Junto a la puerta se apelotonó el gentío.
Sonó el timbre y avanzó con sus sueños.
Se perdió en el tráfico fugaz de las
miradas,
en esa vieja ciudad, en ese viejo matadero
da ágiles pasos para no morir.