vigilia o sueño

Abrí los ojos. Vi la luz pasar por las grietas de la persiana que da al interior de la manzana, ahí, donde se observa el fondo de las otras casas. Por esa luminosidad gris que la tarde todavía prestaba a cambio de nada, a cambio de un poco más de vida, distinguí que las nubes escondían al Sol, y que él, terco, traspasaba sus rayos y creaba un ambiente opaco, sombreado y con algo de niebla. La vista seguía colgada a la ventana. Mi cuerpo estaba hundido en el colchón, inmóvil, agotado, en ese estado de shock que me sucede cuando termino de dormir y comienzo a percibir la realidad. Me despierto con miedo, pensando en dejar todo y no hacerme valer por nada, en no poder dar nada —aunque afuera trinen los gorriones y continúen en la búsqueda de ramas—, como si el sueño, ese tiempo muerto, me hubiese trasladado a otro lugar y a otra mente. Queriendo sacarme de encima todas estas ideas que pensaba realizar y que al final del túnel terminaban en nada, tal vez por pensar que anunciaban poco o por descubrir luces más cercanas que se encienden sólo con palabras, esa energía que destruye la masa. Ese sentimiento, que me hacía buscar respiraciones profundas para desahogarme, calmaba las aguas. De a poco, y con cierta templanza, me fui acercando a la orilla de ese lugar oscuro, donde una catástrofe destruyó todo y no quedó nada ni nadie. Enfrenté mi percepción y pensé que ahora iba a sentir el camino, cada paso que diera, la energía que mantiene a todo esto unido, cada pensamiento que tuviese en mi soledad interna. A no tomarme las cosas tan en serio. Y así seguía, acostado, con la mirada quieta.

Sucede a veces que la vista me engaña y cuando me levanto y miro por la ventana que da al balcón, me doy cuenta de que fue una mala interpretación de la claridad. Que al final sigue soleado, que sigo en Lanús, con estas ideas locas que son parte de este hombre que soy y de las que me cuesta desprenderme.


Apagar el fuego

El vidrio sólo refleja la llama.

Yo, absurdo como el viento,

Me acerco e intento apagarla.