Todos los días - Ingeborg Bachmann

No se declara ya la guerra,
se la continúa. Lo inaudito
se ha vuelto cotidiano. El héroe
permanece lejos de los combatientes. El débil
ha entrado en las zonas de fuego.
El uniforme del día es la paciencia,
la distinción esa estrella miserable
de la esperanza encima del corazón. 

Se la otorga
cuando no ocurre nada más,
cuando calla el fuego graneado,
cuando el enemigo está invisible
y la sombra de la armadura eterna
cubre el cielo.

Se la otorga
por el abandono de las banderas,
por la valentía hacia el amigo,
por la dilación de secretos indignos
y la desobediencia
a toda orden. 

Sobre el suceder político

La reflexiones se ven constantemente cruzadas de lo político, nuestro pensamiento por estos días está cruzado por la realidad política, quizá una realidad política que muestra que en algún lado está el lado oscuro, incierto, que tiene todo individuo social, se agranda de modo tal que no deja continuar la reflexión por otros ámbitos, no ya de la interpretación de lo político, sino más bien en la posibilidad de seguir ampliando ese sentido de la vida. Quizá esa búsqueda también debe cruzarse con imposibilidades de creer que nuestra forma no es la correcta hasta en tanto y en cuanto veamos resultados, hasta que la palabra no se haga, sino no existe. Todo lo contrario. No hay búsqueda real si en el momento de buscar estamos viendo que nuestro acto se corresponda con lo legítimamente concebido. Eso no implica una renuncia a nuestro pasado: no mezclemos demasiado la psicología con la historia porque ahora no es pertinente. Por el contrario, es nuestro pasado el que nos lleva a que de este modo actuemos. Dicha representación abstracta es necesaria para luego entregarse al misterio que pretende inocular lo incierto, pero también la esperanza de terminar con la confrontación política: unir a los argentinos. Pero todo esto es de forma televisa. Nosotros estamos del otro lado de la pantalla: los ciudadanos. Parece solamente televisivo. Tal vez semántico. Sonoro. La realidad televisa, incluso, termina por oscurecer el hacer de nuestro pensamiento reflexivo. Anulamos esa visión, en movimiento, que yace en nuestra conciencia. Quedamos atónitos por el suceder incierto de lo políticamente televisivo, pero todavía no observa que en los hechos hemos empezado a tomar decisiones, en nuestro interior, pero también en el exterior. Nuestra historia nos obliga a recuperar la capacidad de alcanzar objetivos, de empezar a solucionar por nuestro camino y no bajo las órdenes de una autoridad hegemónica: que se la puede identificar como civilización. Ahí los jóvenes, que empiezan a buscar sus formas, no pueden estar pensando que su hacer se pueda ver tenido de imposibilidades, hay que eliminar de nuestra conciencia los sueños torturados por creer que el hacer (el sacrificio) se encuentra ligado a una forma utópica y no más bien a esta que viene experimentando, que deviene en el camino que le ha sido dado. Así a la historia, así al individuo, así a las sociedades.