Lanzas que marcan


Llevo en mis genes antepasados mestizos,
arrastro historias y personajes.
Es tal la emoción que mi mirada se hace nómada
y al destino burla. Son por eso estas palabras
que se prostituyen ante la falsa moral, palabras
que atraviesan juicios internacionales, pestes invencibles.
Atrevidas cabalgan el miedo que la cabeza,
siniestra y maldita, al cuerpo provoca.
Soy sano y soy artero.
Este mestizaje es un río envenenado, su vaivén
es moroso, su sueño desdibujado. Algunos caen
por no resistir ya el peso de su canto.
Llevo en mi nuca un fusil a la orden de un espíritu
que no sabe dónde se mete, que ignora a la muerte.
Sus atuendos tienen ritmo y tienen belleza, y sin descaro
saca sus sueños al sol como otros también lo hacen…
ya no tiene nada que perder, todo por ganar.
Vive día a día en el bosque del exceso y del pecado.
Por mis venas áridas, se desata un torrente
de energía ancestral que fluye y fluye.
El mar, precoz, desborda la fuerza que la piel contiene.
Llevo en la sangre la poesía de todos.
Me bendijeron con sus aciertos y desaciertos,
con sus guasas desgracias y con sus honestas fortunas.
En el llanto, el veneno, en el infortunio, la ilusión.
Este es el sendero. En él están las manos de un proxeneta,
que con su gala a otros corrompe y al amor crea.
Son hombres que buscan menos intensidad
en el infierno de su prójimo.
En soledad, y cuando la lluvia lo permite,
veo la luz reflejarse en un charco y, en esa apatía,
las vidas me cruzan. Son lanzas que marcan.
El abandono en mí es absoluto,
es encuentro, es pérdida.