El hombre exterioriza la guerra
que hay en sí mismo. Primero, en una
actitud de amor hacia el mal, aun no
pudiendo desprenderse de la universalidad
de la forma, tuviera que hostigarse
las costillas y castigado las piernas
para retrasar el paso. Al hombre
le lleva tiempo desprenderse, algunos
lo logran en la muerte, en la puerta del infierno
o del cielo, conduciendo
ambas habitaciones, a un mismo paraíso.