La city ataca Conurbalia

La city ataca Conurbalia
y la hunde.
¡Bomba!
Conurbalia cimbra
en la mirada transeúnte.
Colapsan los tramos del tren
a la última ciudad.
Mientras el fingidor mete
en el ojo del cuerpo
la sospecha.

Zumba

Zumba. La mirada
zumba y aturde.
Aunque sospecha ser
y sonríe complaciente.
Un expreso por favor…

Imágenes:
lo enreda una alondra
y los pájaros en la jaula
sienten espanto.

En el vacío cae
sin saber si fue
la experiencia
o la imagen
el bloqueo a la ilusión
eterna de los sentidos.
Una jaula de piel.

Imágenes.
Cayó del barco
y todavía intenta
no ahogarse.

Un presentado en la imagen
anuncia la muerte
de la palabra.

Aunque persiste los instantes,
desespera
por salvar lo otro,
antes
que la marea lleve
violenta
mente así
todo lo otro.
Imposible plegar
el mundo en un objeto.

Las imágenes
desvanecen,
desertan
desistir
de.
Resisten
las palabras
hasta palpar almendras.

Se suceden, los sueños
suceden, desvanecen
para avanecer.

La mirada zumba,
y lo persigue a él
que moldeó los ojos,
y se creyó en su piel.
Ahora el pasado transita
por el presente

que el tiempo anhela.

Fernandito frío

¡Un fernandito frío!
pidió Ese Hombre
despreciado por los otros
que se burlan
del inmoral cuerpo.
¡Un Fernandito frío,
me dá! repite,
acercando
sus billetes rotos,
arrugados,
sin valor fiduciario
¡Un Fernandito frío!,
repite, otra vez
¡sin bolsa puede ser!
despreocupado
de la relatividad
neurótica
que lo amasija,
frente a su muerte.

Supermercado chino

Después del incendio
del super chino
la perversión encrudeció.
Miedo y terror
en las calles.
Blanco y negro,
todo.
El fingidor fabula
encerrado en
manicomio y manipula
al psiquiatra hasta
que haga real
el monstruo que erigió en su testamento. 

La imagen del supremo

El supremo todas las mañanas
hace psicoterapia
y le consulta a su oráculo
sobre dietas y prendas,
futurología
del bienestar,
con el labiecito
superior tenso
para meterse

en la casa del Hada Buena. 

el nervio atenta contra

la necesidad de dejar
aplacado el cuerpo
la necesidad de gritar
corriendo en el frío
gris de Conurbalia,
a los trenes
que van y vienen
a la última ciudad
para calmar el nervio

que atenta.