¿Qué tanto dinero puede tener Uno para
destinarlo a difundir los estados de ánimo de un país?, ¿qué determina que un
suceso sea cubierto de forma insistente por el monopolio de la información? Ni
siquiera la realidad estructural económica, ya que esta se la maneja, como en
toda América Latina, para controlar las democracias. Posiblemente haya un Otro
al que beneficie la lógica que difunden los medios de comunicación. Un Otro
pequeño en número, pero grande en poder. Desde ya, ese poder en el que se bañan
estos hombres en altas torres porteñas, con la ciudad a sus pies, no beneficia
a los ciudadanos, sino que solo los comulga bajo una burbuja de significado,
que intenta marcar el camino de las percepciones, de las desesperaciones por
venir, con las cuales nos acecha el capitalismo. Pero siempre hay un amparo en
este mundo, siempre hay posibilidad de darle amplitud a las voces perdidas
(muchas veces menospreciadas por el mismo poder dominante que las banaliza). En
ellas debemos confiar, hay que sujetarse para poder seguir caminando por el
aire, creyendo que se puede hacer (lo). En todo caso queda en los ciudadanos,
seguir amagando a la desgracia, seguir construyendo a partir del sacrificio y
la bronca que esta vida genera, o construir sintiéndonos un poco menos
miserables, aceptando lo que somos para aceptar que el otro es como nosotros. Serán
lectores de los hechos o serán guiados por el que se molesta en encender a
otros la lamparita, que bloquea el sueño con una oscuridad exterior.
El orden económico que impera en el mundo
desde la caída del muro de Berlín sentó sus bases luego de la muerte de John F.
Kennedy y tomó impulso con los mandatos de Richard Nixon. De Estados Unidos al
mundo. Desde ese momento, la información se ocupó de propagar el miedo—aunque
Karl Krauss crea que esto es así desde la Primera Guerra Mundial, primer
incidente bélico que fomentó la prensa liberal—, la ilusión capitalista—aunque
haya quienes piensen que va desde que uno intentó imponer su orden para
homogeneizar el mundo—: la desesperación que obliga al hombre a buscar un
sentido que lo ate al mundo para no caer en ese lugar de oscuridad y temblor
con el que el periodismo nos reprime. Las variables económicas hoy rigen las
ilusiones humanas, cuánto estas serán capaces de sostener su sueño, aunque la
representación lingüística de un territorio sostenga otra realidad, otro es, y esos hombres piensen que todo su
drama es una ilusión que proyectan ellos mismos e imposible de materializar.
La necesidad de posesión hizo que el hombre
proyecte su realidad: si todos partimos del mismo supuesto, el mismo destino
será otorgado una y otra vez. No es mala la idea, pero cuando intenta el hombre
dirigirse hacia una realidad prefabricada este siente como si nunca hubiese
vivido, como si a lo largo del tiempo en su porfía hubiese intentado fabricar
algo que lo cree posible porque se basa en los hechos anteriores: en
definitiva, el hombre se predispone a repetir una naturaleza muerta. El período
religioso y artístico denominado barroco sirvió, en parte, para que el hombre
perciba que los días de la vida había que sostenerlos con metro para sentirse
hecho y derecho. Luego los años intentaron hacernos ver que la verdad que surge
de las tripas del ser era necesaria gritarlas y encontrar un atisbo de
libertad.
Hoy, aquellos fundadores de las naciones, se
cansaron de reprimir a sus esclavos, se cansaron de sostener una masa
trabajadora, prefieren tener masas sumidas en la opresión, en donde el deseo no
puede ser sentido siquiera en la imaginación: el temor al hambre y a la locura
(a la exclusión) genera desconfianza en el Otro, lugar donde sólo proliferan
problemas individuales. El pensamiento grupal o social está quebrado. Nos
movemos en la realidad que proyecta la TV. Está en nosotros cómo responder la
libertad otorgada, a esta búsqueda por desencadenar un efecto falto de
imaginación.
Hoy, en la esfera del orden que perduró a la
caída del muro, los vencedores pueden generar
ganancias a través del lenguaje: ganancias extraordinarias que sólo el sistema
financiero puede ofrecer. Sin embargo, Estados Unidos observa, como un ojo
invisible, los movimientos de la economía del mundo. La conspiración, el
espionaje, la operación política, la estrategia semántica, todo eso aparece
cuando hay conflictos económicos en las grandes ligas, cuando la tradición se
ve comprometida a tener que repetir viejas recetas para devolver el ciclo a su
lugar. Todo eso está volviendo. Su propia medicina se transformó en veneno y
ahora necesita saber qué hace una nación para prosperar. Ante esa falta de
identidad presente, siempre los mandatarios vuelven a la historia y aquí está
la cuestión: si queremos volver a ella para que solamente se repita, o mejor
buscar en el pasado una posta que nos permita seguir en un continuo y no en un
eterno caer. La primera, es la opción que elige la conciencia que prefiere la
tradición, y no ya en un tratar de ver qué sucede si enfrentamos a la
conciencia establecida, tarea que aborda la segunda postura. La primera esfera
pretende envolver al planeta con su aura: la oscuridad que hay en este modo de
vida es el que fomentan los monopolios de información. Un sistema cerrado que se
auto-regula por sí sólo, cerrado por una clave escondida en un bosque de
símbolos.
Para la teoría monetarista, la inflación es
síntoma de malestar social, por lo que la baja inflación descomprime el
malestar, y separa a los hombres: ya no pertenecen a una clase, son seres
individuales que se preocupan por lograr aquella ilusión que es posible de
hacer realidad a través del dinero. Los períodos inflacionarios incrementan el
consumo individual, pero siempre, en este contexto regional y latinoamericano, devienen
de circunstancias calamitosas, donde el desempleo es alto y cuando empieza a la
baja, allí surge el caballo de batalla de los monopolios concentrados, que se
niegan a ampliar las bases productivas, ya que saben que un pueblo con derechos
es un pueblo con poder. Siempre conveniente colocar dinero en cuestiones ilusorias.
La inflación es el caballo de batalla de la tradición y así también se perfila
a la democracia.
Una vez escuché que una vez que la necesidad
material está cubierta, el hombre tendrá acceso a la divinidad. Pero el sistema
capitalista no permite esto hasta en tanto pasen dos o tres generaciones de
desarrollo personal para poder pasar a avocarse a la creatividad de nuestro
oficio diario, nuestro oficio de vivir, para que el hombre pueda ponerle a sus
días su espíritu, para que pueda encontrar el juego en su crear con el tiempo y
en el espacio de su comunidad.
Este es el análisis de los muchachos de
Chicago. Los trabajadores unidos reclamando mejoras salariales no son buenos
para la industria nacional que ha sido el motor de la nación estadounidense. Ahora
la ganancia no está en lo producido sino en la finanza y en oriente. En cambio,
pocos trabajadores dejan los reclamos, los gritos del derecho en la nada. Las
imposibilidades de uno quedan en la nada porque son privilegio de otro. Ante el
dolor de sentirse desnudo el hombre busca algún salvavidas que lo rescate para
volver al barco. Allí, de ese modo, la ciudad y el hombre comienzan a
transformarse, ante la necesidad de salvación proliferan los caminos del hombre
para que la ilusión externa del hombre sea visible. Sólo eso, eso es la
ansiedad por el logro, la oscuridad, la viveza necesaria para acceder a bienes
que otros al tenerlos eternamente ya los cree inexistentes. El mismo sistema lo
obliga al hombre a pecar, el mismo sistema lo obliga al hombre a correrse del
camino del Espíritu Santo. El camino al Espíritu Santo se encuentra señalizado
con miles de indicadores. La información que de allí proviene nos dice que es
el camino a la nada, un lugar sin una atmósfera de oxígeno, como en ese planeta
Marte de Total Recall, mundo en el que la deformidad reina, con un exterior
imposible de transitarlo por su falta de oxígeno, esa realidad de la cual es
mejor escapar para sostenerse en aquello que les hace bien.
La información se puso al servicio del
funcionamiento económico. Si nosotros enunciamos esto, ocurre esto otro después
y también en otro lado. Para eso un ejército de periodistas, blogueros,
redacciones con lápices afilados para transmitir un mensaje virtual, para que
se replique durante las 24 horas del día: la noticia que ocurrió hoy aparece en
los diarios y se empieza a mezclar a medida que las voces vuelven al ruedo a
las cinco de la mañana. Replicar el mensaje hasta que nosotros dejemos de ser
los productores y le demos voz a los escucha, que ahora pasan a ser ellos los
que viven la realidad: construida por el mensaje replicado. De esto necesita el
peor capitalismo del planeta, que empezó en Chicago en 1970, con los petrodólares
y la guerra –que continúa hasta hoy en medio oriente– y que perduró hasta la
caída de Wall Street en el 2008 (aunque todavía se lo siente latir). Hasta que Wikileaks
reveló las maniobras que hacen los grandes poderes con la información: la
perversión de las instituciones permanecía oculta: la Ética fue arrojada en
caída libre al óceano. Por tanto, si este capitalismo no tiene una voz opuesta,
una voz humana que lo contrarreste será imposible para el hombre salir de la
traba del Verbo en la que se encuentra. Si el hombre reclama solamente por lo
material nunca podrá acceder al mundo divino, decía Hegel. Pero esa posibilidad
de acceder a lo material se mantiene porque la posesión se desvanece como un
sueño, ese objeto que deseamos obtener al poseerlo se desvanece. Debemos ser
conscientes que lo obtenido con el tiempo no se desvanece, de lo contrario la
desnudez nos hiere. La memoria es nuestro refugio de sobre lo vivido, lo
interpretado.
La noticia, la realidad virtual efímera
termina generando un impulso de salvación sobre nada. Incita a resguardarse
bajo una trinchera segura hasta el olvido de la vida que construimos, la
identidad sobre la que nos formamos, y para pensar en un futuro, nos ofrece una
luz en el caos y no permite que nosotros encendamos el velador después de un
sueño. La interpretación de los hechos no debe estar teñida de desconfianza, de
valoraciones morales inaplicables a la realidad de la época, de valoraciones
sociales de un modelo de país que ha coartado a la vida del hombre la posibilidad
de establecer un pensamiento tanto individual como grupal.
“El interés tiene conciencia”, decía Robert Hooke
cuando pensaba que Newton le había robado las ideas. A los dueños del
periodismo se les puede decir lo mismo cuando utilizan la teoría de Newton:
predicen el futuro con sus cálculos racionales, con las expectativas racionales
que Friedman indicó para mantener a la masa en funcionamiento programático, tan
sólo para sostener un modelo económico, sin movilidad social y con concentración
de la riqueza. Y este es el modo con el roban, pero no las ideas, sino las
vidas. Por eso es necesario tener consciencia.
Los medios de comunicación llegan hasta la
Justicia para deslegitimar el poder redentor de la política, de la democracia,
y así representar que el orden existente se encuentra bajo el manto de perversión
que un gobierno con poder popular fomenta. Esta es la superestructura que
desalienta a los hombres que se mueven como hormigas bajo sus pies. La
justicia, dominada por la imagen de la tradición, termina por ocuparse de casos
que no tienen relevancia para el orden existente, y se ocupa de voltear a todo
que intente modificar la razón histórica, toda la verdad superficial de una
tradición que mantiene a la masa en una eterna repetición de los sueños.