Las luces de mi ciudad





















Las luces de mi ciudad no son como las de Tokio. Es una luz gris que insiste entre el color que le imprimen Punto Màgico, Carta Sur con sus pantallas led absorbentes, Pi!, que ofrece los mil diseños de zapatos industria argentina, que pujan por el progreso, la creación final se ofrece a los miles que vienen a hacer su paseo por la Estación Lanús. En Lanús todavía el consumo se dirige a la búsqueda del vestuario que nos termine de hacer creer que al final somos. Que nuestra moto es poderosa y también me completa, que conforme la imagen de lo distinto, de lo único. Pero claro, todavía no es de él, aun no llega a serlo totalmente, eso le pertenece a la siguiente generación.

En Lanús la cultura no se vende, en Lanús la cultura camina por la calle, la vibración micro de este país dividido entre bárbaros y civilizados. Una barbarie que igual puja por ser ella. Los carros con caballos avanzan por 29 de Septiembre y como equilibrista el cartonero prolijo apila una montaña de cartón, entre colectivos calurosos y largas colas de ansiosos hombres que esperan volver al barrio de Monte Chingolo después de este agitado 23 de diciembre. En este barrio viven los choferes que conducen la vida de los hombres de Figueroa Alcorta y Libertador, allá al otro lado de la ciudad, donde los museos resguardan la cultura. Aquí en Lanús la cultura no se consume, no se produce, no se crea, todavía el nervio no nos deja soñar. En Lanús todavía la realidad es más fuerte y pesada. Los centros de divulgación cultural son contados con los dedos. Las museos están lejos de aquí, las ferias de libros y toda la cultura se comercia en la ciudad. En la gran ciudad. Este es el gran buenos aires. Acá, pasadas las diez las calles se pelan, y no por el clima, la humedad que intensifica las sensaciones, sino la individualidad, la concentración en los desafíos, el miedo al otro. Prospera la creencia de si no te preocupás vos quién se va a ocupar, entonces, uno va ahí, mostrándose herido, chamuscado. Sin ver el cielo. Aquí viven los movilizados. Por eso todavía no se edita la cultura, no se presenta, no se sube a las tablas, como dicen los actores. Pero “La voz de Conurbalia” empieza agitarse entre los rollos que sobresalen de los tops, entre los cuerpos marcados por el clima, de ojos extraños, buscando por sobretodo la verdad, esquivando el engaño y al engañador. En este 23 de diciembre los hombres no salen disfrazados como en Tokio, ellos son el disfraz y preparan los regalos para esta navidad, y la industria textil y del calzado y del juguete que puja rabioso espera con los brazos abiertos a la llegada de estos que buscan congraciarse. 

Desde La voz Conurbalia - "Los negocios monopólicos", por Carlos Craso

¿Qué tanto dinero puede tener Uno para destinarlo a difundir los estados de ánimo de un país?, ¿qué determina que un suceso sea cubierto de forma insistente por el monopolio de la información? Ni siquiera la realidad estructural económica, ya que esta se la maneja, como en toda América Latina, para controlar las democracias. Posiblemente haya un Otro al que beneficie la lógica que difunden los medios de comunicación. Un Otro pequeño en número, pero grande en poder. Desde ya, ese poder en el que se bañan estos hombres en altas torres porteñas, con la ciudad a sus pies, no beneficia a los ciudadanos, sino que solo los comulga bajo una burbuja de significado, que intenta marcar el camino de las percepciones, de las desesperaciones por venir, con las cuales nos acecha el capitalismo. Pero siempre hay un amparo en este mundo, siempre hay posibilidad de darle amplitud a las voces perdidas (muchas veces menospreciadas por el mismo poder dominante que las banaliza). En ellas debemos confiar, hay que sujetarse para poder seguir caminando por el aire, creyendo que se puede hacer (lo). En todo caso queda en los ciudadanos, seguir amagando a la desgracia, seguir construyendo a partir del sacrificio y la bronca que esta vida genera, o construir sintiéndonos un poco menos miserables, aceptando lo que somos para aceptar que el otro es como nosotros. Serán lectores de los hechos o serán guiados por el que se molesta en encender a otros la lamparita, que bloquea el sueño con una oscuridad exterior.
El orden económico que impera en el mundo desde la caída del muro de Berlín sentó sus bases luego de la muerte de John F. Kennedy y tomó impulso con los mandatos de Richard Nixon. De Estados Unidos al mundo. Desde ese momento, la información se ocupó de propagar el miedo—aunque Karl Krauss crea que esto es así desde la Primera Guerra Mundial, primer incidente bélico que fomentó la prensa liberal—, la ilusión capitalista—aunque haya quienes piensen que va desde que uno intentó imponer su orden para homogeneizar el mundo—: la desesperación que obliga al hombre a buscar un sentido que lo ate al mundo para no caer en ese lugar de oscuridad y temblor con el que el periodismo nos reprime. Las variables económicas hoy rigen las ilusiones humanas, cuánto estas serán capaces de sostener su sueño, aunque la representación lingüística de un territorio sostenga otra realidad, otro es, y esos hombres piensen que todo su drama es una ilusión que proyectan ellos mismos e imposible de materializar.   
La necesidad de posesión hizo que el hombre proyecte su realidad: si todos partimos del mismo supuesto, el mismo destino será otorgado una y otra vez. No es mala la idea, pero cuando intenta el hombre dirigirse hacia una realidad prefabricada este siente como si nunca hubiese vivido, como si a lo largo del tiempo en su porfía hubiese intentado fabricar algo que lo cree posible porque se basa en los hechos anteriores: en definitiva, el hombre se predispone a repetir una naturaleza muerta. El período religioso y artístico denominado barroco sirvió, en parte, para que el hombre perciba que los días de la vida había que sostenerlos con metro para sentirse hecho y derecho. Luego los años intentaron hacernos ver que la verdad que surge de las tripas del ser era necesaria gritarlas y encontrar un atisbo de libertad.
Hoy, aquellos fundadores de las naciones, se cansaron de reprimir a sus esclavos, se cansaron de sostener una masa trabajadora, prefieren tener masas sumidas en la opresión, en donde el deseo no puede ser sentido siquiera en la imaginación: el temor al hambre y a la locura (a la exclusión) genera desconfianza en el Otro, lugar donde sólo proliferan problemas individuales. El pensamiento grupal o social está quebrado. Nos movemos en la realidad que proyecta la TV. Está en nosotros cómo responder la libertad otorgada, a esta búsqueda por desencadenar un efecto falto de imaginación.
Hoy, en la esfera del orden que perduró a la caída del muro,  los vencedores pueden generar ganancias a través del lenguaje: ganancias extraordinarias que sólo el sistema financiero puede ofrecer. Sin embargo, Estados Unidos observa, como un ojo invisible, los movimientos de la economía del mundo. La conspiración, el espionaje, la operación política, la estrategia semántica, todo eso aparece cuando hay conflictos económicos en las grandes ligas, cuando la tradición se ve comprometida a tener que repetir viejas recetas para devolver el ciclo a su lugar. Todo eso está volviendo. Su propia medicina se transformó en veneno y ahora necesita saber qué hace una nación para prosperar. Ante esa falta de identidad presente, siempre los mandatarios vuelven a la historia y aquí está la cuestión: si queremos volver a ella para que solamente se repita, o mejor buscar en el pasado una posta que nos permita seguir en un continuo y no en un eterno caer. La primera, es la opción que elige la conciencia que prefiere la tradición, y no ya en un tratar de ver qué sucede si enfrentamos a la conciencia establecida, tarea que aborda la segunda postura. La primera esfera pretende envolver al planeta con su aura: la oscuridad que hay en este modo de vida es el que fomentan los monopolios de información. Un sistema cerrado que se auto-regula por sí sólo, cerrado por una clave escondida en un bosque de símbolos.
Para la teoría monetarista, la inflación es síntoma de malestar social, por lo que la baja inflación descomprime el malestar, y separa a los hombres: ya no pertenecen a una clase, son seres individuales que se preocupan por lograr aquella ilusión que es posible de hacer realidad a través del dinero. Los períodos inflacionarios incrementan el consumo individual, pero siempre, en este contexto regional y latinoamericano, devienen de circunstancias calamitosas, donde el desempleo es alto y cuando empieza a la baja, allí surge el caballo de batalla de los monopolios concentrados, que se niegan a ampliar las bases productivas, ya que saben que un pueblo con derechos es un pueblo con poder. Siempre conveniente colocar dinero en cuestiones ilusorias. La inflación es el caballo de batalla de la tradición y así también se perfila a la democracia.
Una vez escuché que una vez que la necesidad material está cubierta, el hombre tendrá acceso a la divinidad. Pero el sistema capitalista no permite esto hasta en tanto pasen dos o tres generaciones de desarrollo personal para poder pasar a avocarse a la creatividad de nuestro oficio diario, nuestro oficio de vivir, para que el hombre pueda ponerle a sus días su espíritu, para que pueda encontrar el juego en su crear con el tiempo y en el espacio de su comunidad.
Este es el análisis de los muchachos de Chicago. Los trabajadores unidos reclamando mejoras salariales no son buenos para la industria nacional que ha sido el motor de la nación estadounidense. Ahora la ganancia no está en lo producido sino en la finanza y en oriente. En cambio, pocos trabajadores dejan los reclamos, los gritos del derecho en la nada. Las imposibilidades de uno quedan en la nada porque son privilegio de otro. Ante el dolor de sentirse desnudo el hombre busca algún salvavidas que lo rescate para volver al barco. Allí, de ese modo, la ciudad y el hombre comienzan a transformarse, ante la necesidad de salvación proliferan los caminos del hombre para que la ilusión externa del hombre sea visible. Sólo eso, eso es la ansiedad por el logro, la oscuridad, la viveza necesaria para acceder a bienes que otros al tenerlos eternamente ya los cree inexistentes. El mismo sistema lo obliga al hombre a pecar, el mismo sistema lo obliga al hombre a correrse del camino del Espíritu Santo. El camino al Espíritu Santo se encuentra señalizado con miles de indicadores. La información que de allí proviene nos dice que es el camino a la nada, un lugar sin una atmósfera de oxígeno, como en ese planeta Marte de Total Recall, mundo en el que la deformidad reina, con un exterior imposible de transitarlo por su falta de oxígeno, esa realidad de la cual es mejor escapar para sostenerse en aquello que les hace bien.       
La información se puso al servicio del funcionamiento económico. Si nosotros enunciamos esto, ocurre esto otro después y también en otro lado. Para eso un ejército de periodistas, blogueros, redacciones con lápices afilados para transmitir un mensaje virtual, para que se replique durante las 24 horas del día: la noticia que ocurrió hoy aparece en los diarios y se empieza a mezclar a medida que las voces vuelven al ruedo a las cinco de la mañana. Replicar el mensaje hasta que nosotros dejemos de ser los productores y le demos voz a los escucha, que ahora pasan a ser ellos los que viven la realidad: construida por el mensaje replicado. De esto necesita el peor capitalismo del planeta, que empezó en Chicago en 1970, con los petrodólares y la guerra –que continúa hasta hoy en medio oriente– y que perduró hasta la caída de Wall Street en el 2008 (aunque todavía se lo siente latir). Hasta que Wikileaks reveló las maniobras que hacen los grandes poderes con la información: la perversión de las instituciones permanecía oculta: la Ética fue arrojada en caída libre al óceano. Por tanto, si este capitalismo no tiene una voz opuesta, una voz humana que lo contrarreste será imposible para el hombre salir de la traba del Verbo en la que se encuentra. Si el hombre reclama solamente por lo material nunca podrá acceder al mundo divino, decía Hegel. Pero esa posibilidad de acceder a lo material se mantiene porque la posesión se desvanece como un sueño, ese objeto que deseamos obtener al poseerlo se desvanece. Debemos ser conscientes que lo obtenido con el tiempo no se desvanece, de lo contrario la desnudez nos hiere. La memoria es nuestro refugio de sobre lo vivido, lo interpretado.
La noticia, la realidad virtual efímera termina generando un impulso de salvación sobre nada. Incita a resguardarse bajo una trinchera segura hasta el olvido de la vida que construimos, la identidad sobre la que nos formamos, y para pensar en un futuro, nos ofrece una luz en el caos y no permite que nosotros encendamos el velador después de un sueño. La interpretación de los hechos no debe estar teñida de desconfianza, de valoraciones morales inaplicables a la realidad de la época, de valoraciones sociales de un modelo de país que ha coartado a la vida del hombre la posibilidad de establecer un pensamiento tanto individual como grupal.
“El interés tiene conciencia”, decía Robert Hooke cuando pensaba que Newton le había robado las ideas. A los dueños del periodismo se les puede decir lo mismo cuando utilizan la teoría de Newton: predicen el futuro con sus cálculos racionales, con las expectativas racionales que Friedman indicó para mantener a la masa en funcionamiento programático, tan sólo para sostener un modelo económico, sin movilidad social y con concentración de la riqueza. Y este es el modo con el roban, pero no las ideas, sino las vidas. Por eso es necesario tener consciencia. 
Los medios de comunicación llegan hasta la Justicia para deslegitimar el poder redentor de la política, de la democracia, y así representar que el orden existente se encuentra bajo el manto de perversión que un gobierno con poder popular fomenta. Esta es la superestructura que desalienta a los hombres que se mueven como hormigas bajo sus pies. La justicia, dominada por la imagen de la tradición, termina por ocuparse de casos que no tienen relevancia para el orden existente, y se ocupa de voltear a todo que intente modificar la razón histórica, toda la verdad superficial de una tradición que mantiene a la masa en una eterna repetición de los sueños.