El otro mundo



Las hojas de este mundo ya no vuelan,

su tiempo, está custodiado por un sueño.

Ni los vientos de las lluvias las agitan,

eso parecen querer decirnos,

aunque las nubes no esclarecen el Cielo.

Las hojas son la suave piel del árbol.

El frío, el calor, la nieve, no las curte.

El tiempo no les permite esa sensación

de volar, que el recuerdo trae.



Hay árboles que prefieren sentirlo todo,

huelen el romance que camina por las mañanas,

siguen de ronda hasta la noche,

hasta que la Luna brille

y desnude las Estrellas de otro tiempo paralelo.

Es el despertar de la Tierra al primer rayo de Sol.

Cosas de los que deciden irse a ese otro mundo.



Así fue, que lo descubrí en el nervio del tiempo

y del sueño que me crispaba, ese sueño,

es la revelación, que me sentó en una plaza.

La lluvia me empapaba de pasión,

los relámpagos iluminaban mi conciencia,

el agua desvanecía mis pensamientos, y un rayo

partía en dos el paisaje, creando dos mundos.

Al descubrirme, salté al lado oscuro,

¡Ahí, donde nacen las aguas

y el silencio!

en la fría noche






Estoy cargado de locura en la fría noche, a la que el hombre parece querer reprimir, iluminándolo todo. El cartel de una inmobiliaria dice VENDE ¡Nuevas condiciones! Y por el llanto que clamaba, mi risa estalló en medio del humo de la niebla: jajaja! Traté de ocultarme de una señora que me amenazó con la mirada, como si un arma me dijese mirá hacia delante y seguí calladito, sólo por creer que mi imaginación estaba loca y andaba suelta. Así también el hombre reprime mi locura, como la luz a la nebulosa noche. Andaba suelto hasta ese momento.

Seguí caminando como una canción de jazz, pensando que el trayecto era milenario, que la próxima esquina era a dos kilómetros, que el fuego no encendía y no podía prender mi rama. El frío me congelaba las manos, que servían de pared para que el viento no apague la llama. Hasta que encendió, y pude volver a donde estaba, tratar de ver lo que a cien metros parecía oscuro, un mar en el que observo la oscuridad infinita, profunda, inmensa, donde la energía se oculta para que nuestro ser la disgregue, la deje a la vista. Para que nuestro ser se conecte con la energía del mar y de la oscuridad, y encontrar nuestro propio pensar.

Eso último, o algo así, se lo escuché balbucear, al borde del Pacífico, a un hombre de esos con los que rara vez te cruzas, borracho, por supuesto, como una cuba.