Hoy te tengo miedo. Te veo y no puedo avanzarte, no se si será miedo a perder. A esta altura es lo de menos.
El barco zarpó a un mar radiado de sol. En la suite teros posados en un pequeño ventanal. Cualquier tipo de ola, por momentos, me secaba la boca, me mareaba, me daba nauseas.
Desde ese visor al exterior, por una grieta, las aves negras hacen planear todos sus mensajes diarios hasta caer al piso y hacer polémica falsa. El sello era de la mano de topacio, escrito por una enérgica lascivia. Sus vísceras invisibles, fabulaban mi pensar.
Todo era mentira, el musgo verde y lo invisible pasaba a hacerse visible.
Los mensajes traían información de jinetes, jinetes sin cabezas, que por su multiplicidad hacían ardua la tarea de conocerlos. Un perfume un tanto delicioso, una fragancia con especies de magia.
Como todo en la noche, los mensajes se reelaboraban se mezclaban, para que nuevamente aparezcan en mi pequeño ventanal y los teros se entretengan.
Los mensajes dejaron de ser análisis delicioso. Las olas ya no eran las culpables de las nauseas, sino los mensajes que por el encierro mental, ya no me dejaban vivir. Mi espacio andaba al ritmo de los teros mensajeros.
Al no solicitar más los mensajes, los jinetes se hicieron visibles, los teros eran cada vez menos, y en mi suite la humedad ya no existía, el sol radiaba, el amanecer me despertaba. El trance místico parecía detenerse o las olas por las que andaba este barco parecían calmarse. Tal vez quiso parar la pelota y andar consigo, compartiendo lo jugado.
Así se cierra este año. Y como sabran todos: NO HAY VUELTA ATRÁS.
Buen año.