El intento por construir al otro desde la mentira, desde lo irreal termina por oponer al otro en la verdad, en tanto y en cuanto éste tenga poder de visibilidad. Es decir, ese que se construye desde la mentira termina por ocupar un lugar opuesto a esta y se convierte a su vez en el personaje que invade el mundo tal como es y lo transforma. Porque la mentira en tanto y en cuanto se demuestra como tal se convierte en verdad pero no deja de ser mentira. Lo mismo pasó con Perón. Construyó su poder y luego tejieron alrededor de éste, desovillaron mentiras que no fueron hechas realidad, se las reconoció como tales, es decir, se hicieron verdad una vez que la mentira fue descubierta. Entonces, ese espectador en duda comienza a tejer una diversidad de imaginarios en sí, en el cual se pueden vislumbrar el tejido de ambos bandos, se puede llegar al significado que está intacto detrás de una infinidad de hechos tratando de generar lo mismo: la no correspondencia con lo representado.
De ningún modo puedo caer en la oposición de colocarme de un lado o de otro porque no hay dos lados. Hay algo, una operación simbólica, desde la mentira que, aunque ellas lleguen a debatirse en el fuero de la justicia, en la consciencia desfasada de la justicia porque la sociedad se mueve desde la jurisprudencia, desde allí se conforma la verdad, la verdad está en el cielo y éste se ubica dentro de cada habitante, allí está el cambio constante que toda sociedad necesita.
Por eso no puedo haber dos bandos: no hay “yo soy tal cosa”, hay una verdad, objetiva, a la que los partidos intentan acercarse y es a esa verdad, como en espectro, que viene de un pueblo, a la que uno debe acercarse. Pero esa verdad no tiene un fin ulterior, nunca se la contempla totalmente.
La masa popular sigue agrandándose, y avanza como una piedra gigante que desciende desde la cima de una montaña, y con ella trae lo desconocido, lo aún por conocer. Hay que buscar el discurso. Desentrañar otro imaginario, pero el propio, sería vertiginoso desarrollar uno ajeno, desesperante no poder cumplirlo y luego percibirse en un escenario artificial, impropio. Siempre hay un nuevo espacio que puede ser creado. En todo hombre hay un tulpa por desarrollar, aunque este se pueda volver en su contra.
La palabra fue expropiada, tomada por el creador de mentiras que intenta prestidigitar su imaginario en el total de las personas habidas en las adyacencias de un territorio, que se expande hasta los límites del territorio. No hace más que tratar de anonadar creencias, aminorar los ánimos del sueño, vaciarlos de estímulos efímeros, provocando patologías precoces, de excitación efímera, de contacto con el significante y luego escapar, buscar otro estímulo.
La palabra así muere, así el hombre no podrá interpretar el caos que subyace naturalmente, caos como orden perfecto de la realidad. En ese caos un sentido se universaliza, en un tejido de sentidos. Jauretche decía: “Lo nacional es lo universal visto por nosotros mismos.”
Pero lo peor es, o sería, que la mentira venza o atrape como una rémora a su paso. Entonces se la sigue, se la sigue y uno descubre al final que es mentira y sigue con otra cosa, vuelve a empezar para salir de la desesperación a la que nos acercó el abismo de la mentira, al que nos acerca constantemente.