en la fría noche






Estoy cargado de locura en la fría noche, a la que el hombre parece querer reprimir, iluminándolo todo. El cartel de una inmobiliaria dice VENDE ¡Nuevas condiciones! Y por el llanto que clamaba, mi risa estalló en medio del humo de la niebla: jajaja! Traté de ocultarme de una señora que me amenazó con la mirada, como si un arma me dijese mirá hacia delante y seguí calladito, sólo por creer que mi imaginación estaba loca y andaba suelta. Así también el hombre reprime mi locura, como la luz a la nebulosa noche. Andaba suelto hasta ese momento.

Seguí caminando como una canción de jazz, pensando que el trayecto era milenario, que la próxima esquina era a dos kilómetros, que el fuego no encendía y no podía prender mi rama. El frío me congelaba las manos, que servían de pared para que el viento no apague la llama. Hasta que encendió, y pude volver a donde estaba, tratar de ver lo que a cien metros parecía oscuro, un mar en el que observo la oscuridad infinita, profunda, inmensa, donde la energía se oculta para que nuestro ser la disgregue, la deje a la vista. Para que nuestro ser se conecte con la energía del mar y de la oscuridad, y encontrar nuestro propio pensar.

Eso último, o algo así, se lo escuché balbucear, al borde del Pacífico, a un hombre de esos con los que rara vez te cruzas, borracho, por supuesto, como una cuba.


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