Hoy un viejo redactor de
enciclopedia decidió recordar, de buenas a malas, a Jean Paul Marat. Vaya a
saber por qué azar del día habrá empezado el cuento. Y este redactor, con el
diario entre sus manos y con una barba desvariada de nicotina, producida y
procesada en Sarandí, llevó la cosa para aquél lado y todos lo escuchamos. La
historia, el recuerdo o las simpatías ideológicas definirán el accionar de este
hombre controvertido. Los hechos que defendió serán esos, no otros. Ahora, lo
que queda librado al azar del tiempo es la interpretación que se haga sobre
ellos. Jean Paul Marat se manifestó a favor de la Revolución de los sectores
más desposeídos, pero en su obstinación de llevar a cabo este deseo terminó por
enfrentarse a sectores moderados de la revolución. Quiso instaurar el terror, degollar
a los tibios, 500 o 600 cabezas, escribió, alcanzarían para lograr la libertad
y felicidad del pueblo francés. Siempre la libertad y la felicidad. Qué será
hoy la felicidad, ¿vivir mejor? La felicidad, el progreso o la sensación,
solamente la sensación de que somos capaces de soñar despiertos, cuando todo es
una ilusión, al final del túnel. Aquí el estadio del vivir mejor se tuvo que
imponer por la fuerza, degollando a quien no sea afín a los intereses del
pueblo. Intereses que Marat creía propios del pueblo. Pero no era así. Todavía
en época de revolución, y después también, hubo quienes creían que se vivía
mejor en épocas de Luis XVI. La integración nacional pasó por arriba a la vida
en comunidad, junto con el desarrollo del capitalismo. Y por eso se resistieron.
Pero estos no fueron representados por los girondinos, ni tampoco por Marat,
estos no tuvieron voz. Sintieron el destierro de su comunidad, ya sin esperanza
de seguir pintando el día. Por su parte Marat se acomodaba en su bañera para
asearse, mientras su panfleto El amigo
del Pueblo seguía agitando la vena de los Girondinos, que decidieron, en
esa misma bañera, degollarlo, o que Charlotte Cardoy decidió apuñalarle el
cuchillo que traía encorsetado. El recuerdo, también el recuerdo del
enciclopedista, produce una fuga en las palabras que parecen no atenerse a lo
cierto. Lo cierto es que el enciclopedista clasifica otra historia, que el azar
del momento precisó. La representación siempre presta nuevos significados,
siempre hay una fuga. Lamartine también vio una fuga y en su Historia de los Girondinos, representó
la escena y tomó la decisión de llamar a Charlotte Cardoy el Ángel del
Asesinato. También el Marqués de Sade escribió una obra teatral que fue
representada por los internos de un refugio de políticos extranjeros. O La muerte de Marat, que pintó
Jacques-Louis David. El recuerdo, quizá fue, como un acertijo, misterio, del
momento, del tiempo. En ese momento, mientras esperaba que los clientes pasen
para charlar conmigo, y fumarse un pucho barato de Sarandí empezó a recordar,
hasta que vino otro cliente y se fue. Pero así fue que hoy el enciclopedista
nos dejó otro recuerdo.
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