No hay nada
mejor para un pueblo que tener una palabra confiable. La palabra le permite representar las decisiones posibles
que se le presenten al momento de actuar, de expresar una decisión, un
sentimiento, al momento aquel en que se toma como verdad lo que intuimos. Por
eso un pueblo necesita de un verdadero comunicador, todavía más, de El
Periodista del Pueblo necesita. Es decir, no “el periodista del pueblo”, ese,
de medio de comunicación, sino de un periodista que tenga sus fuentes en la
cotidianidad de la realidad de su barrio, y la ponga en cuestión con la
realidad que se escucha, que agita y ansía a la imagen acústica de la historia,
que se debate a diario en las planas de los diarios, de la radio y de la
televisión. Hasta que se cubre todo el espectro a través del cual se transmite
el conocimiento, el espectro que da valor a aquello que transmite hasta
capitalizarla: la imagen de un suceder presente, inmediato, que solapa muy bien
los valores que representa, esa nada de cambio constante que desespera a
cualquier esperanza y de los cuales se sirve económicamente. Es allí donde se
para el “periodista” que dícese ser de “pueblo”, y habla desde las cuevas del
Olimpo, y transmite la sospecha, la inocula en la belleza del mundo del pueblo.
Instaura el conflicto de clases entre medias y bajas, en ese conflicto
semántico que nos sumerge cada vez que hablamos de progreso. Esa es su
principal astucia, el odio entre los semejantes.
Por su parte,
el escritor que colabora con la oxigenación del pueblo, se coloca entre el
orden de Colosus y la calle, en esos dos ámbitos, para cuestionar los
nutrientes que absorbe nuestra idiosincrasia, nuestro pensamiento, y juega a la
re-interpretación de la sociedad y apuesta a la comunidad. El hombre de medios
construye una realidad, pero eso no es lo que hace el periodista del pueblo.
Nada mejor que la palabra, para evitar que pase la magia negra de los medios
hacia la intimidad del sueño, que desde lo alto planea pegar el salto. Esto no
puede quedar en manos ajenas. Hablo de la construcción de nuestros sueños, de
lo que pretendemos ser, de lo que intentaremos, lo que dejamos de ver como algo
imposible -y en esto no quiero caer en estrategias estéticas ajenas.
En fin, desde
acá sacamos nuestra voz. El pueblo, con su voto, le dió al supremo ejecutivo el
poder de llevar a cabo la demanda de éste. Pero tampoco podemos dejar teñir por
la maldad la interpretación de nuestra realidad. Que desde un diario español se
emita el siguiente pensamiento, no puede dejar pasarlo El Periodista del
Pueblo, nutrido de mil conocimientos cotidianos.
“la política interna destructora
de equilibrios institucionales (persecución a jueces, fiscales, banqueros
centrales); del odio visceral a la prensa no genuflexa... Como Perón, el kirchnerismo dilapidó en el falseado altar de los descamisados una favorable coyuntura mundial,
hambrienta de su trigo y su soja. Lloro (y gozo) por ti, Argentina.”
¿Qué es, esta
mentira que los medios en España comunican? La cotidianidad de la nota amarilla
supera toda postura que provenga de fuentes genuinas del conocimiento. Y esto
el nuevo presidente de todos nosotros lo tiene que saber, si aspira a construir
un país en el que sus habitantes puedan expandir sus sueños en el tiempo, en el
futuro. El deber es no dejar que el enemigo nos defina y nos diga qué ocurrió.
Como lo hizo el CEO del Grupo Clarín, arguyendo que el gobierno anterior
arremetió contra la libertad de expresión. Y así logró, y de algún modo selló
el primer round de este siglo: la vuelta neoliberal. Meses después fue laureado
en la Freedom House, con un premio de plata por ejercer la libertad de
expresión. Y allí dejó su discurso:
“Tenemos
libertad de expresión cuando ejercemos la libertad de expresión. En la última
década, la Argentina vivió un proyecto político que buscó perseguir la
disidencia para concentrar el poder. Ese proyecto necesitaba silenciar las
críticas y las denuncias, por eso trató a los medios como enemigos, buscó
asfixiarlos y desacreditarlos. Le dijimos que no a la sumisión que se nos trató
de imponer y enfrentamos un durísimo acoso económico y judicial. Pero el
ejercicio de la libertad editorial fue más fuerte que cualquier ataque y
cualquier aparato de propaganda […] que si queremos seguir siendo lo que somos,
no debemos aceptar que se nos diga qué decir y cómo pensar. Ese es mi
compromiso con la organización que represento, con lo que elegimos hacer y con
la sociedad de la que somos parte”.
Pero en qué
país se puede ejercer la libertad de expresión si hay un gobierno que controla qué se dice y qué no. Un poco
chato el argumento, cuando vivimos en el mundo de la información —que ellos
quieren representar. Entonces, cualquiera sea la ideología del gobierno, los
medios como palabra independiente, como palabra representante de la idiosincrasia
Argentina querrán seguir marcando cómo se forma el ser de todos los tiempos de
la historia: el tiempo presente del siglo XXI. Y eso el supremo ejecutivo lo
que tiene que ver. No puede dejar llevarse por los aromas del poder
concentrado, es decir, si quiere cumplir con la voluntad popular, con la
democracia y las instituciones que hasta hoy nos rigen.
El pueblo que
eligió al presidente debe ser el que le diga cómo se deben desarrollar las
políticas que se lleven a delante y no los medios de comunicación que buscan
sembrar miedo, que oscurece al pasado y somete al futuro a un vaivén efímero.
Al que tiene que escuchar el presidente es al pueblo y no a los medios de
comunicación, ya que este fue elegido de forma democrática y porque allí está
el significado de lo que él representa. La historia continúa, no se repite, las
estructuras, como todo signo, son mutables e inmutables.
Por eso mismo,
sigamos interpretando la lectura que se hace en España sobre la situación
político-económica de Argentina. Una lectura errónea de lo acontecido y esta
afirmación que hace el autor, o sea El Escritor del Pueblo, no tiene nada que
ver con el fanatismo o el odio, sino que por el contrario, lo deduce de lo
fáctico.
“Su receta de proteccionismo, intervencionismo
y redistribución interna de las rentas exteriores (la soja vendida como platino
a China, los componentes industriales o el turismo a Brasil...) dio para lo que
dio, la herencia actual. Pero ahora deberá afrontar una devaluación monetaria
drástica (que finiquite el mercado negro) y un ajuste severo, frente a los
subsidios falsamente sociales en energía, transporte o agricultura: sobornos
corporativistas.”
En el mismo
diario, otro periodista dice:
“En la anterior elección presidencial, en 2011, la señora de
Kirchner había obtenido el 54% de los votos y superado por 37 puntos a quien la
secundaba. Sólo por este desbalance fue posible su embestida autoritaria sobre
la justicia y sobre la prensa. Desaparecida la amenaza de un rival competitivo,
la presidenta no encontró otro límite que las reglas del sistema. Suele ocurrir
con todos los caudillos.”
Lo que se hizo
en Argentina, después del 2011, fue tender a una economía para el pueblo,
aunque el debate en la esfera de la superestructura diga que haya crisis
económica. En las calles se respira la posibilidad de acceder a bienes de
consumo, se observa en los centros comerciales del Conurbano Bonaerense,
estabilidad que hacía décadas no saboreábamos. Los comercios no paran de
vender, hasta se enojan cuando un sábado a la tarde, previo al día del niño,
día de la madre o del padre, se corta la luz y tienen que bajar las persianas a
mano.
Además, si no
comprendemos que las pequeñas y medianas empresas argentinas llegaron a tal
nivel de producción que no les quedó caminó más que estimular el precio al
alza. Argentina se encontraba en pésimas condiciones mundiales para acceder al
crédito y ampliar la estructura productiva de las pymes. Es decir, hubo
inflación pero mejoró el nivel de vida de la media poblacional, gracias a mejorar
los niveles asimétricos de la distribución de la riqueza, inyectando dinero en
la obra pública, estimulando la economía a través de la puja salarial, derecho
que, finalmente, se adjudicó al trabajador, que formó identidad y no fue
solamente una política para coaptar al voto.
Por este
motivo, si argentina logra de forma gradual acceder al préstamo, los parques
industriales pueden ampliar sus plataformas y continuar en el camino del
crecimiento, hasta alcanzar una estabilidad que ya nada pueda quitarla, sino
más bien que represente un derecho. Pero eso, Señor Periodista de los holdings
mediáticos, fue gracias al cuidado de las políticas proteccionistas del mercado
interno, del trabajo genuino y no de la inversión de capitales transnacionales.
Pero ahora
iniciamos otra etapa del desarrollo económico, pero también cultural y social.
El acceso al crédito internacional, el ingreso de divisas, que puede brindarnos
la imagen de este partido neoliberal, que apuesta a la información, a las
reglas claras, un gobiernos centrado en el cálculo, en el número (cómo utilizar
esos números es la cuestión) para el desarrollo de la producción industrial
nacional. Si esto es así, no es joda, ya no necesitamos del campo, de imponer
una retención a la exportación, puede reducirse a cero en el trigo como el
maíz, lo que podría ayudar a equilibrar los precios en el mercado interno, y
permitir exportar por un dólar más alto. Este desfasaje puede ser
contrarrestado con una balanza de capital que permita seguir sustituyendo importaciones.
Como decía Mauricio Macri antes de cerrar su elección: “si se puede”, se puede
si se quiere hacer continuar la historia, darle una nueva opción política a
Argentina, y ampliar su democracia. Una pregunta oportuna, que debería hacerse
el gobierno, ¿es momento de frenar el consumo que lleva a cabo la mayoría de la
población a través de impuestos, devaluación o es necesario esperar un tiempo
para que se amolde la estructura económica que se recuperó después de la Gran
Crisis? Argentina, en lo que va del año soportó una devaluación muy fuerte,
cerca de un 40%, que repercutió en todos los precios como nunca antes, que a
julio de 2016 quiere pisar los 30. A su vez sufrió un aumento del desempleo en
un 2%, y aun así toda la institución Democracia prevalece. Por ahora. En
definitiva, la llamada “herencia”, será para el Gobierno actual, lo que le
permitirá llevar a cabo su plan económico.
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