Regresiones del Laberinto

Me ata un deseo que no me permite
buscar las palabras adecuadas,
no me atrevo a decorar las imágenes
impetuosas de este ambiente.
asco de mí, por tener que gritar
en este espacio en blanco
donde percibo caer uno
de los infinitos destinos
que el árbol sostiene en sus hojas.
Por tener que gritar donde no hay
ni lugar ni tiempo, solo una fe
constituida de pecado.
Tengo las manos tensas por un deseo.
La duda corroe en saber si al principio
está el fin y la muerte. Ya no soy.

Los recuerdos son anacrónicos.

René intenta un esfuerzo interior
en no sé qué, para resistir y teclear
algo que redima todos los tiempos,
permanece, sostiene a éste.
Transcurre la experiencia del tiempo
en el aleteo de un pájaro,
y quieto, en su quietud, hunde el ojo.
Los recuerdos afloran, ahora ve
a un muchacho amigo, en incansables
instantes en esa esquina de la ciudad,
entre Salta y Rodríguez ofrecer a su amo
la cortesía diaria cruzada de quejas apócrifas.

René recuerda las lágrimas que ese muchacho
en su silencio se guarda para evitar la vergüenza,
para que el otro no se pregunte
y a éste que le pasa. A la vuelta, en el laberinto
del recuerdo, mientras limpia el teclado del polvo,
las faltantes horas de sueño convirtieron
a su hermana en el gurú de la cuadra.
Además de cervezas y puchos,
velas y genioles, ofrece destinos.
Recomendaciones express.
Deconstruye falsos gestos, y canta
las mentiras con gritos, sin vueltas.
Deschava traidores embusteros
y escupe el esfuerzo que no es valorado,
valores que le transmite a sus hijos.
René a veces le pregunta, Nati, vos pedís por mí.
Y obvio, le responde, y en la reflexión, René recuerda:
eso lo aprendió de mi madre, todas las noches
siempre la vieja le pedía a Dios, todas las noches.
Ya hace mucho no dormimos en la misma casa
pero debe seguir pidiendo, debe seguir repitiendo
su plegaria, las palabras del sueño.
En la ciudad laberinto se pueden sitiar
recuerdos que se entraman con otros tiempos.
Un niño en la desolada Avenida Mitre camina
por las paredes, al ver que la desesperación
se llevó a su madre, al momento que el árbol
dejó caer otra hoja, otro destino para engendrar
otro, pero ahora en el interior de ese niño
que no sabe dónde meterse ni de qué disfrazarse.
René, entre todo, vuelve a pensar en las palabras
de otra charla que hace al recuerdo de una amistad,
En esas palabras viene un espíritu. La TV banaliza
la verdad las 24 horas, balbucea Pablo.
Faltan personas audaces para que todo
no quede perdido. Pesimismo en toda la línea.
Las estelas químicas tergiversan el clima
y las expectativas de los agricultores van a la baja.
La esperanza del vagabundo se derrumba,
antes que Wall Street ataque a Palestina.
Las calles se destruyen, los pozos se agrandan
y la web deja gritos en el vacío. Por eso hoy todos
somos enfermos mentales, entendés,
enfermos mentales somos.
Una enfermedad que tienen todos los que nacen.

El recuerdo sigue, las palabras no se agotan,
hasta que los latidos persistan, hasta que la noche
nos devuelva el día y nos haga deambular
en ese mismo tiempo de ayer.

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