En el texto que forma parte del libro Vértigo, All’estero, a
medida que el narrador o el autor recuerda no lo hace solo a través de un
medio, a través de la palabra, sino también a través de imágenes documentales,
no sólo utiliza una lengua, constatando así una proliferación de sentidos. En
la carta de Lord Chandos,
Hofmannsthal confiesa una renuncia a la escritura, a los idiomas, a las musas
inspiradoras, ya que no hay posibilidad de juego con los conceptos para
alcanzar un orden divino, ya no es posible hacer literatura porque su identidad
está dispersa entre todos los objetos visibles. En la Carta al padre ocurre algo similar, Kafka le reclama al padre una
linealidad entre las órdenes que él emite y sus acciones. La falta de un código
preciso imposibilita, inmoviliza cualquier decisión que Kafka pretenda llevar a
cabo en la realidad. Kafka declara: “como no estaba seguro de nada, necesitaba
a cada momento una confirmación de mi existencia.” (2000: 35).
En estos tres autores la pluralidad de voces se manifiesta de
manera melancólica. El conocimiento de la lengua ya no es controlado por el
poeta. En una conferencia Hofmannsthal declara: “la esencia de nuestra época es
la ambigüedad y la indeterminación. […]Vibra en ello un cierto vértigo
crónico.” (Hofmannsthal, 2001: 74). Ahora, el poeta, dice Lord Chandos, ya no se
inspira con una musa o ya no es capaz de seguir a Platón en su vuelo figurado,
ahora “un rastrillo abandonado en el campo, un perro al sol, un cementerio
pobre, un tullido, una pequeña granja, todo esto puede llegar a convertirse en
el recipiente de mí revelación” (Hofmannsthal, 2008: 129). El documentalista
Sebald detiene su ojo, también en cualquier objeto, en construcciones
derruidas, en pinturas de figuras legendarias como los dragones. Son estos
objetos también los que inducen a la inquietud en interna, a movilizarse hacia
otro lugar, a la imposibilidad de consolidar un sentido en la comprensión. En
una entrevista, Sebald declara que “hablar de exilio es absurdo. Europa no es
tan grande ni tan lejana”. Sin embargo, el sentirse europeo en Vértigo todavía no es posible, el vacío
y el terror cercan la identidad. “Los contornos de las imágenes que intentaba
retener se desplazaban, y los pensamientos se me desintegraban aun antes de que
los hubiera asido bien.”(Sebald, 2001: 33). En su viaje por Europa y en su
prosa subyace la sensación de abismo crónico
que lo lleva a huir. Esta falta de comprensión conceptual paraliza a Ernst
Herbeck, que padece trastornos mentales debido a la manera de pensar del padre.
También es el caso de Kafka, que padece las leyes despóticas del padre, las
cuales “no sabía por qué no podía adaptarme por entero”. Esta de falta de
código, que hace que Kafka no pueda desenvolverse en la realidad, provoca una
parálisis, “una manera entrecortada, tartamudeante de hablar en tu presencia.”
(Kafka, 2000: 12), “en tu presencia no podía pensar ni hablar” (Id.). La
dominación, a partir de la confusión entre el decir y el hacer, lo mantiene en
silencio y sin posibilidad de evadir esta esfera bajo la cual el padre lo
mantiene. El significado ya no coincide con el significante, ya no hay
posibilidad de elaboración racional, “El continuo espacio-temporal del
‘realismo empírico’ es objeto de constantes lesiones en Kafka, como la
perspectiva en la pintura contemporánea” (Adorno, 1970: 158). El presente ya no
coincide con el recuerdo, por eso el viaje por las ruinas y fantasmas del
pasado afectan el ánimo del narrador de All Stero. Hofmannsthal declara que el
hombre de su tiempo “ahuyenta del recuerdo, mediante una suave y persistente
aversión, los pensamientos que tienden a retroceder al pasado”. Ochenta años
después, Sebald en su viaje experimenta la misma sensación. El pasado en ruinas
lo lleva a huir, a deambular por calles en donde la comunicación es nula, en
donde la desconfiguración del yo lo aterra. La unidad conceptual se hace más
difícil, se acentúa la dispersión de la identidad individual, se acerca a lo
esquizofrénico: “Después de arrebatos de este tipo comenzó a aflorar en mí una
preocupación difusa que se expresaba en una sensación de nausea y de mareo”.
Este ataque de hipocondría, esta sensación de enfermedad que también siente
Kafka por la falta de seguridad en sí mismo, en su propio cuerpo, la declara en
su Carta al padre: “crecí estirándome
hacia lo alto, pero no sabía qué hacer con ello, […] apenas me atrevía a
moverme o a realizar ejercicios físicos, […] quedé débil […] y así quedó libre
el camino hacia la hipocondría” (Kafka, 2000: 35).
Los hombres tienen la urgencia de una realidad que los ate al
mundo, todo pensamiento que lo acerca a cuestiones abstractas está relacionado
con el vacío en el cual no es preferible permanecer. Aquí, este autor nos deja
ver la urgencia espiritual cuando la realidad se hace borrosa. De igual modo se
siente Lord Chandos: “Mi caso, en
pocas palabras, es éste: he perdido del todo la facultad de pensar o de hablar
coherentemente de cualquier cosa” (Hofmannsthal, 2008: 126). Más tarde, el
autor confiesa que la mecánica “cultivada sin limitaciones y unida a la
asimilación de lo exorbitante […] expropia al hombre de su auténtico punto
vital, le expulsa del trono de su dominio espiritual”. (Hofmannsthal, 2001: 98).
Por este motivo, Lord Chandos no
puede sentarse a jugar con los conceptos y tratar de erigir una torre
conceptual. La desconcentración provocada por la fragmentación a la que asiste
el mundo en su tiempo comienza a brindarle vida a los objetos. “La subjetividad
absoluta carece de sujeto. La mismidad no vive sino en la exteriorización”.
(Adorno, 1970: 159). Aun cuando los ojos se cierren el mar seguirá resonando en
la oscuridad, el lenguaje perdurará al paso del hombre. Después de muerto el
autor sigue haciendo poesía, “nombre, manifiesto en la muerte natural, sólo el
nombre, y no el alma viva, constituye la parte inmortal.”(Adorno, 1970: 173).
La melancolía en estos autores es por un pasado que ya no está o
no coincide con el presente, pero no es sufrimiento por la elaboración de un
sistema conceptual que alcance una verdad suprema, directamente renuncian a
ello. Las viejas sentencias que les otorgo la historia, ya en ruinas, dejan al
hombre sin un sentido que los ampare, sin una esperanza que los lance al
camino, sin un código que les permita desenvolverse en el presente. Eliminar
estos padecimientos de un lenguaje limitado parece ser el deber de estos
autores. Sebald genera un texto donde conviven diversos medios. Utiliza
imágenes que a veces no coinciden con el texto, intercala el uso de los
idiomas, analiza ruinas arquitectónicas, pinturas en las que aparecen figuras
legendarias, periódicos en los que constata crímenes que con el tiempo no
encuentran culpables. También, la utilización de perífrasis constata la
pluralidad de voces en la elaboración de su prosa. Así sucede en Homannsthal,
de un simple objeto se puede ir hacia otro, sin capacidad de establecer una
forma. En la contemplación de la fragmentación, de una vida que ya no es
posiblemente comprendida en su totalidad, en una sociedad donde el significante
está vacío y con el que ya no hay posibilidades de jugar con él porque su vuelo
figurativo genera horror. Ya en un simple objeto hay más que un vocabulario y
del que tal vez se pueda partir hacia un camino psicológico para unir todo ello
a través del análisis lingüístico de Freud.
En estos autores el pasado se mezcla con el presente y la
sensación de incomprensión, como le sucede a Kafka, lo paraliza ante la
realidad. Este factor moral o de comportamiento que despierta en los personajes
hacia su pasado parece desconfigurar el aspecto aparencial de la realidad,
aunque a veces Salvatore en la ópera sienta que el tiempo no ha transcurrido,
“como si toda la sociedad continuase aún sentada en la ópera de El Cairo para
conmemorar el progreso incontenible” (Sebald, 2001: 107). La fachada comienza a
resquebrajarse y el ambiente por el que transita empieza a iluminar las ruinas
del pasado, logrando un efecto de melancolía, de la cual los personajes autores
prefieren huir o prefieren evitar.

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