El ensayo de Walter Benjamin, Calle de dirección única publicado en 1928, y el de Gunter Grass, Diario de un caracol de 1972, ambos plantean
la cuestión del progreso en las sociedades. Si bien entre uno y otro texto
prevalece una diferencia de casi cincuenta años no distan mucho en sus
consideraciones a partir del contexto sobre el que escriben. En ambos se puede
leer una crítica social, la cual se puede explicar a través de tres conceptos:
el capitalismo moderno, la destrucción de la naturaleza y de las ciudades por
la omnipotencia del hombre y la memoria, como receptáculo de las atrocidades
del pasado.
El análisis que realiza Benjamin sobre el capitalismo radica en
que el hombre, amenazado por la catástrofe, ya no tiene posibilidades de pensar
en sus convicciones, sino que más bien se tiene que basar en los hechos. Aquel
lugar del cual, Benjamin cree, el hombre prefiere escapar, del “esto no puede
seguir así” (Benjamin, 1987: 27), es el sitio de las reflexiones, lugar del que
Grass cree, el hombre puede progresar. Solo aquel que haya “estado en el
caparazón vacío del caracol y frecuentado el lado oscuro de la utopía, es capaz
de medir el progreso” (Grass, 2001: 410). La melancolía como héroe en medio de
la decadencia que traen los períodos de estabilidad. Para ambos autores parece
necesario poder desnudarse sin sentirse desprotegidos, recorrer el camino
inverso antes de avanzar por la calle de dirección única. Sin embargo, Benjamin
anuncia la catástrofe, “la inflación y las guerras químicas” (1987: 64) se
aproximan, por eso es deber del proletariado “cortar la mecha encendida antes
de que la chispa llegue a la dinamita”. Si el proletariado es capaz de evitar
este incendio que quiere provocar el poder oculto la evolución cultural del
hombre tomará un curso distinto. Aquí la Melancolía de Grass se aproxima al
materialismo histórico que se ve en las Tesis
de la filosofía de la historia. En dicho texto, Benjamin plantea que la
liberación de los hombres llegará por un imperativo del presente. La posta que
los hombres tienen está en el pasado, en la historia, y no solamente para ser
recordada como una sucesión de hechos, sino para buscar en la opresión de los
antepasados una razón que los redima en su tiempo. El joven Benjamin en 1928 no
ve en el hombre una posible conciencia social, el salvajismo en el cuidado
individual reina. Las preocupaciones materiales que reinan en la sociedad le
otorgan un papel al hombre que al momento de actuar parece solo pensar “en su
interés privado más mezquino, pero al mismo tiempo […] condicionado por los
instintos de la masa.” (Benjamin, 1987: 28). El dinero es la enfermedad del
hombre, virus que ataca toda la vitalidad espiritual del hombre. Esta
decadencia proviene del mundo burgués, de “la enfermedad del automóvil: […] la
manera más rápida de autoeliminarse” (Mors, 1995: 34). La decadencia de la
existencia burguesa Benjamin la combate con melancólicas descripciones:
“Resulta imposible vivir en una gran ciudad alemana en la que el hambre obliga
a los más miserables a vivir de los billetes con que los transeúntes intentan
cubrir una desnudez que les hiere.” (1987: 29). Seguir las ordenes y las convenciones
es el deber de la masa, ya que todo lo que se relaciona con la desposesión le
es negado a ésta: la Melancolía “es privilegio de la clase asalariada: un
estado de ánimo colectivo que encuentra su origen en donde las normas de
rendimiento son el orden dominante.” (Grass, 2001: 382). La Melancolía para que
la masa haga funcionar todos los engranajes de la máquina capitalista. Las
partes que el ángel del grabado de Durero, Melancolía
I, ya no puede unir, se convierten
en la rabia que el trabajador acumula en el lugar del trabajo. La fragmentación
es el pesar de los hombres del siglo XX, que ante la ausencia de una unidad
objetiva y trascendental se atienen a la posesión material y a la salvación
individual: “Sólo el orden, como sistema respetado en todas partes, ofrece
seguridad” (Grass, 2001: 389). Sin embargo, este autor considera una
ambivalencia en el concepto de la Melancolía. Las clases privilegiadas la toman
como lugar de contemplación, como “el terreno experimental de la Utopía.”
(Grass, 2001: 388)
Luego de la devastación provocaba por la hiperinflación de los
años 20, ya en el fin de la década, los alemanes atravesaban una situación crítica,
de miseria, hambre y de la falta atenciones básicas, como la salud o la
educación. El avance de la técnica y de los medios de comunicación, como el
cine, la radio, los periódicos hicieron efecto en el alemán medio que prefería
evitar pensar en las miserias del pasado. En 1956, en plena posguerra, con
intenciones de sacar de las ruinas a una Alemania devastada, se puso en marcha
un plan económico que llevaba como lema “modernización, mecanización y
automatismo”. La memoria y el recuerdo de lo trágico, de lo inestable, todo lo
que ocurrió en las guerras debía ser olvidado debido a que el sistema económico
tenía que volver a funcionar. Sebald señala que Böll, en una de sus obras
literarias, habla del demorado proceso de reconocimiento y emancipación en un
país en el que “‘demasiados asesinos circulan libre e insolentemente’” (2007:
97). Hasta los juicios de Núremberg, el pueblo alemán no tuvo duelo nacional, este
debió ser impuesto: “habían conseguido evitar una etapa de melancolía colectiva
[…] y orientar su energía psíquica ‘a rechazar la vivencia de un
empobrecimiento melancólico del yo’” (Sebald, 2007: 93). Helena, la hija de
Zeus, colocó en las cervezas de los alemanes una droga contra el llanto y la
cólera para olvidar todos los males. Los alemanes en la posguerra no fueron
capaces de poner en duda la legitimidad del nuevo orden. Los éxitos que
propició una economía sana no pueden ser dejados a la buena nueva de una
sociedad de consumo, sino que deben ser combinados con una identidad nacional,
que se piense a sí misma, y que de este modo, resuelva los conflictos de su
pasado. Si esto no es combinado, Grass considera que “estamos estancados a
pesar del aumento de la tasa de crecimiento.” (2001: 392). A una humanidad
redimida le concierne enteramente su pasado, “la fuerza mesiánica", dice
Benjamin, es un derecho. (1971: 78). En el período de entreguerras, en aquella Calle de dirección única, Benjamin sólo ve
luces de neón, gasolineras, metros, ruidos de tráfico, empieza a vislumbrar la
ebullición de la bomba atómica. El hombre de entre guerras, al igual que en los
tiempos de Grass, prefiere perpetuar su existencia en el deteriorado mundo
burgués, ese mundo que ofrece como sueño las “ilusiones ópticas de su punto de
vista aislado.” (Benjamin, 1987: 32).
Por último, la destrucción de la naturaleza y de las ciudades: “la
ciudad, fortaleza tradicional de la burguesía, como un proceso de desmoronamiento,
sitiado por afuera por las carreteras y desde adentro por las nuevas
monstruosidades arquitectónicas” (Mors, 1995: 36), un mundo que debe ser
reconstruido con escombros de un ayer, un presente que se forma no ya de torres
conceptuales sino de fragmentos de un pasado que son parte de una identidad con
intenciones de materializar lo verdadero y no lo putrefacto. Lo verdadero
“puede ser capturado sólo en las transitorias imágenes materiales de la
historia misma”. La melancolía de Benjamin proviene de la calamidad del estado
social, por los “vacíos rituales”, por los “objetos mórbidamente fríos” y por
una subjetividad alienada al orden y a las convenciones burguesas. Pero no sólo
se queda en el aviso de incendio, va más allá. Reclama nuevas formas culturales
y se pregunta quién hará perecer el mundo burgués, Benjamin espera su mesías.
En su texto deja atrás la idea de libro concebida como obra, cree que las
opiniones son tan importantes como el aceite para las máquinas. Para Grass
también sería pertinente tomar los fragmentos del pasado, tomar el conocimiento
reciente que “empantanado en la duda” hace surgir la melancolía. Los objetos
modernos, de la Edad moderna, piensa Grass, se mezclan con los dioses mitológicos.
El equilibrio y el caos chocan, la naturaleza muerta excluye el azar y la
oscura fatalidad. Por eso el ángel de Durero se debe sentar a reflexionar sobre
las ruinas de la humanidad. De lo contrario, si la melancolía se interioriza,
la inmovilidad en el progreso quedará petrificada.
Finalmente, se puede decir que la visión de estos autores sobre
el mundo no dista mucho entre sí. Benjamin cree que si esta mecha no es apagada
la humanidad corre ciertos riesgos, por eso realiza avisos de incendio,
advierte próximas catástrofes. Grass le atribuye un papel primordial a la
melancolía, la cual es necesaria ante esta dirección que ha tomado el progreso:
la melancolía es la que le permite al hombre visualizar la dirección que ha
tomado la Utopía.

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