Confesiones de René

Los iluminados, los veedores de la divinidad y los reguladores de los debates salen a la luz. La República de Platón ha empezado a tambalear y los que establecían los milagros vieron peligrar su sopa, así que vinieron a ver como marcha.
Es que ya no se puede sostener más la mentira de tantos años, décadas, siglos. Ahora, que pude aplacar mi voz y sentarla a escribir, hago esta pregunta ingenua que hace unos años ya me corroe la espalda: cómo es posible hostigar tanto sin que se vea la hilacha. Hay hombres bien vivos, que creen encarnar a sus antepasados que se manejan en el fuero de la verdad tratando de mantener eterna dicha mentira. Así funciona la ilusión. Su ilusión sobre la nuestra para seguir los pasos de la conservación de un pueblo que se hace de abajo y se hace sólo y se hace a imagen y semejanza de un titiritero perverso. Disculpen mi abrupta carga simbólica, es que necesito ser pesado para detallar estas palabras.
Hoy los veedores de la divinidad cargan con varias causas en su contra. Se comenta o se debate en el inconsciente del pueblo y de la verdad del pueblo que si su verdad no se sostiene pierdan muchos hombres que ya necesitan del geriátrico. No hablo por su vejez, aprecio la sabiduría de los grandes, sino por sus viejas ideas hegelianas. La verdad, la justicia y los embates del espíritu están acorralando a los hombres que formaron parte de aquello que ha sacralizado la historia de los argentinos. De todas formas, ellos se sientan en sus sillones, miran por sus ventanas, bajo sus lúgubres escritorios y traman el armado de nuestra existencia y también su defensa, que peca de victima.
Mi discurso ya está formado, por eso me permito el uso de la palabra porque ya es hora de usar la palabra. Hablo como ciudadano o, mejor, como soberano. Soberano en la palabra. Como cualquier hombre quiero hacer, en tanto y en cuanto mi capacidad me lo permita, y de eso no reniego, lo que mis deseos alientan, pero no lo que me aliena. No una forma utópica, no como una realidad suprema, como en otros tiempos se planteaba, pero sí, tener una utopía que por el camino del amor, y hablo de un amor desequilibrante, un amor que nos enfrente con el mal del pensamiento hostigador. No debemos caer en esas realidades virtuales que se tejen en nuestra mente y que así, proyectando eso, se tergiverse lo que acontece en la realidad. Ya no somos el collage de un pasado escrito o dilucidado a través de la imagen o de la calidad impactante de la foto.
El asombroso edificio histórico de la justicia, no debe detenerme. No debe acorralar mi verdad, lo que mi discurso diga será mi verdad. Para aquellos que quieren provocar la locura o la enfermedad o amenazarnos con la muerte o con la nada, para aquellos que nos hacen pensar en el sexo fervorosamente o para aquellos que nos distraen con imprudencias tecnológicas, aquellos que distraen vergonzosamente nuestros sentidos trayendo lo de ayer, lo de antaño a nuestro presente para que ellos puedan a aplicar sus métodos estratégicos, hoy les digo que su idea de división es sólo imaginaria

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