"El beso de la mujer araña: brillito de grillos y alienación", en La Voz Conurbalia

 El beso de la mujer araña 


El living-room de la celda

Umberco eco resalta que el kitsch en la literatura tiene por fin crear una atmósfera lírica y la noción de afecto se expone hasta empalagar. Hay una insistencia en excluir las palabras simples, siempre está lo accesorio, el adorno. La repetición, la acumulación: un estímulo ayuda a otro a perdurar lo efímero: el mensaje redundante no podrá evitar que el texto se extinga. Si pensamos que el kitsch es una forma estética que busca regular el arte y el gusto a partir del arte consagrado, ya legitimado, podemos pensar en la tecnologías de disciplinamiento: un conocimiento predispuesto a regular el cuerpo: los sentimientos, los impulsos, los deseos, los sueños, etc. Eco afirma que el consumo del Kitsch es un intento de “fuga de la responsabilidad que la experiencia del arte impone”. No dejar lugar para la interpretación: todo es explicado: “el kitsch para alejar a las masas de la salvación” (1993: 89). Así lo representa Manuel Puig en su novela El beso de la mujer araña, acudiendo al lenguaje de masas, al de la telenovela o al del folletín para crear el disciplinamiento que moldea a sus personajes. Utiliza el lenguaje kitsch para refuncionalizarlo y burlarse de lo serio. Un lenguaje que juega entre el género institucionalizado y la novela popular.
Molina: Ah, sí, le hace un peinado…
Valentín: Alto, ya sé, ¡¿y a mí qué?!, no me detalles cosas que no tienen importancia realmente, mascarón pintarrajeado, una trompada seca, de vidrio es el mascarón, se astilla, el puño no se lastima, el puño es de hombre
Molina: la sonámbula es una traidora y la enfermera blanca, en la oscuridad las mira fijo el enfermo contagioso ¡Cómo que no! Vos cállate y déjame a mí que sé lo que te digo.(…) (2005: 147)
La novela de Puig se escinde entre, por un lado, el sentimentalismo de Molina, ese lenguaje desprovisto de límites, atiborrado de especificaciones, detalles que abultan las imágenes que toma de las películas, y por otro, Valentín, en el lugar de lo serio, de lo legitimado, un lenguaje controlado por el discurso político, por la problemática social.
El beso de la mujer araña se ubica más allá del género convencional de la literatura amorosa, hace pie en una no-literatura. El sujeto queda escindido en dos cuerpos, en un espejo que refleja dos órdenes, dos percepciones: la sensibilidad de Molina y la seriedad de Valentín, escisión que se desvanece cuando uno empieza a reconocerse en el otro.
 Sin embargo, en la puja por uno u otro lenguaje, triunfa Molina: prevalece el amor, a pesar del dictamen institucional, del discurso exterior, de la ideología que prevalece sobre las identidades. Así, se puede observar como El beso de la mujer araña se contrapone a aquellas novelas sentimentales en las que no hay un afuera, un exterior real, en las que solo existe el discurso del amor y el sentimentalismo. En Puig, en cambio, ingresa por la ranura de la celda lo determinado por la institución psiquiátrica y en una nota al pie coloca el desenlace para ser nombrado como homosexual. Esos discursos en las notas al pie presentan un doble sentido, pero no como un mero efecto, sino que provoca la sensación de estar leyendo otra cosa.
El relato fílmico de Molina viene cargado de la impresión de lo visible. Las imágenes vienen erotizadas, cargadas de detalles, que molestan a Valentín y que le parecen inapropiadas. Una suerte de mal gusto es lo que ve en su enunciado. Sin embargo, a medida que se acostumbra al lenguaje amoroso, las palabras empiezan a seducir a Valentín cuando Molina sublima lo representado. El efecto del relato viene provocado y comentado. La novela nos dice otra cosa que lo visiblemente representado, y queda en las manos del lector comprender ese procedimiento artístico: es el receptor el que elabora dicha reflexión.
Finalmente, observamos que no solo son un mero reflejo de la alienación, de las máquinas de sobrecodificación radiofónicas o cinematográficas, sino que más bien utilizan dicho lenguaje alienado para representar un conflicto mayor y que es el control biopolítico.
El cine funciona como ventana al mundo en el encierro carcelario. La libertad de expresar los sentimientos a partir de las imágenes que ofrece el cine es lo que permite vislumbrar, en el encierro, su interior. Sabemos de las pasiones de estos personajes porque el discurso totalizante y regulador queda fuera de la celda. Por un lado, un perseguido político; por otro, un homosexual acusado de abuso de menores. Un diálogo cruzado de pasiones, temores, dolores, de dos hombres envueltos por esa capa de sentido regulador, que no solo expresan los personajes, sino que también son expresadas, análogamente, por las notas al pie. Al expresar la simpatía de Molina por el bolero de Mario Clavel, Puig coloca en una nota al pie un informe, sintético, de las distintas posturas psicoanalíticas acerca de las probabilidades de orientarse hacia la homosexualidad. Fenichel, toma como causante de la homosexualidad la existencia de una figura materna más fuerte que la del padre. En cambio, si el niño “adopta la visión masculina del mundo, y en nuestra sociedad, la occidental, esa visión tiene un componente de agresividad (…) ayuda al niño a imponer su nueva presencia.” (Puig, 2005: 123). El discurso debe disciplinar a los encerrados, a los pervertidos o a los que se sublevan en contra del orden establecido. Valentín por su parte, mucho más consciente de los métodos de control, arguye a Molina su resistencia a los fármacos que puedan brindarle en enfermería: “Un preso político no debe caer en la enfermería nunca, me entendés, nunca. A vos no te pueden hacer nada con eso. Pero a nosotros sí, después nos interrogan y ya no tenemos resistencia a nada, nos hacen cantar lo que quieren” (Puig, 2005: 101). La ley obliga a aquella organización que pretende subvertir el orden a confesar su estrategia, que cuente lo que encubre a como dé lugar. Para lograr dicho fin, interroga, convence, da algo a cambio: el director de la prisión le pide a Molina información sobre Arregui, sobre la organización política de la que forma parte y a cambio le ofrece la libertad. La verdad, entendida como estructura, intenta determinar al hombre su existencia, su realidad. De este modo, la estructura somete a ambos personajes al dolor, al desgarramiento, a la separación del otro. Sin embargo, en el secreto de la celda, el sueño se sobrepone, el amor toma posición y evade todas las estructuras que vigilan y castigan la realidad. Como fin la pasión amorosa sucumbe el orden social y lo transforma.
Así también opera la literatura de Puig, que fue más allá y buscó su literatura en una no literatura. Para transformarla mezcló el diálogo íntimo, la carta, la canción, la interrogación, una suerte de ensayo sobre el comportamiento correcto de la sexualidad que se divide en notas y que amplíen el sentido que trae la escena que se construye en el diálogo, en el imaginario que traen las películas, el lenguaje de otros géneros, como el judicial, en este caso el penitenciario y por último el relato del espía; y entre todos esos discursos que flotan, todos esos lenguajes dispersos, los cuerpos empiezan a tocarse a sentirse, uno se trasmuta en otro y no hay lugar para todo aquello que los pretende someter.



BIBLIOGRAFÍA:
-Eco, Umberto (1964). “Estructura de mal gusto”. En: Apocalípticos e integrados, trad. Boglar, Andrés. Barcelona: Lumen, 1993, pp. 83-101.
-Foucault, Michel (1976). “Del poder de soberanía al poder sobre la vida”. En: Genealogía del racismo, trad. Tzveibel, Alfredo. La Plata: Ed. Altamira, pp. 171-189.
-Puig, Manuel (1976). El beso de la mujer araña. Buenos Aires: Editorial Planete/Booket, 2005.




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