No está para nada bien la cosa... a veces, a mi por lo menos, me asusta un poco. Pero no por eso le vamos a dejar de dar pelea, ¿no? Si me preguntas a mi, ultimamente te puedo jurar que no veo salidas fáciles, pero quedan las difíciles... las que más de uno (a veces hasta uno mismo) las tilda de utopías jejejeje. Como decimos por acá... El paraiso está en la lucha.
No le vamos a bajar los brazos, por lo que te conozco... imagino que ese disgusto es el primer paso o un paso más, pero para nada es el último. Una bandera de la organización grita
Los que buscamos, los que encontramos a veces el otro lado, los que miramos el mapa con las patas arriba y la cabeza en la tierra... No siempre hay escape de la realidad que no nos gusta y eso es fantástico, hay veces que te le tenes que plantar y ese momento tiene más vida, más luz que los que nos dicen que son
Acá, no lo aguantamos así como está. ¿Vos no creés, che? El gato no dijo nada.
Hacía menos frío junto al Sena que en las calles, y Oliveira se subió el cuello de la canadiense y fue a mirar el agua. Como no era de los que se tiran, buscó un puente para meterse debajo y pensar un rato en lo del Kibbutz, hacía rato que la idea del Kibbutz le rondaba, un Kibbutz del deseo.
Julio Cortazar – “Rayuela”
Kibbutz; colonia, settlement, asentamiento, rincón elegido donde alzar la tienda final, donde salir al aire de la noche con la cara lavada por el tiempo, y unirse al mundo, a
Por una vez no le era penoso ceder a la melancolía. Con un nuevo cigarrillo que le daba calor, entre los ronquidos que venían como del fondo de la tierra, consintió en deplorar la distancia insalvable que lo separaba de su Kibbutz. Puesto que la esperanza no era más que un Palmira gorda, ninguna razón para hacerse ilusiones. Al contrario, aprovechar la refrigeración nocturna para sentir lúcidamente, con la precisión descarnada del sistema de estrellas sobre su cabeza, que su búsqueda de un Kibbutz desesperadamente lejano, ciudadela sólo alcanzable con armas fabulosas, no con el alma de Occidente, con el espíritu, esas potencias gastadas por su propia mentira como tan bien se había dicho en el Club, esas coartadas del animal hombre metido en un camino irreversible. Kibbutz del deseo, no del alma, no del espíritu. Y aunque deseo fuese también una vaga definición de fuerzas incomprensibles, se lo sentía presente y activo, presente en cada error y también en cada salto adelante, ese era ser hombre, no ya un Cuerpo y un alma sino esa totalidad inseparable, ese encuentro incesante con las carencias, con todo lo que le habían robado al poeta, la nostalgia vehemente de un territorio donde la vida pudiera balbucearse desde otras brújulas y otros nombres. Aunque la muerte estuviera en la esquina con su escoba en alto, aunque la esperanza no fuera más que una Palmira gorda. Y un roquido, y de cuando en cuando un pedo.
Entonces equivocarse ya no importaba tanto como si la búsqueda de su Kibbutz se hubiera organizado con mapas de
su Kibbutz estaba allí, lejos pero estaba y él sabía que estaba porque era hijo de su deseo, era su deseo así como él era su deseo y el mundo o la representación del mundo eran deseo, eran su deseo o el deseo, no importaba demasiado a esa hora. Y entonces podía meter la cara entre las manos, dejando nada más que el espacio para que pasara el cigarrillo y quedarse junto al río, entre vagabundos, pensando en su Kibbutz...
Todo estaba tan bien, todo llegaba a su hora, la rayuela y el calidoscopio, el pequeño pederasta mirando y mirando, oh Jo, no veo nada, más luz, más luz, Jo. Tumbado en el banco, Horacio saludó al Oscuro, la cabeza del Oscuro asomado en la pirámide de bosta con dos ojos como estrellas verdes, patters pretty as can be, el Oscuro tenía razón, un camino al Kibbutz, tal vez el único camino al Kibbutz, eso no podía ser el mundo, la gente agarraba el calidoscopio por el mal lado, entonces había que darlo vuelta con ayuda de Emmanuèle y de Pola y de París y de
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Dejar una nota