Sueña
con ser el gigoló
de
una señora boutique,
con ir al lavadero y llevarse
el
bolso equivocado
y
tener que ir a la casa
para
cambiar las prendas
y aceptar una tacita de café.
Sueña
con una rica comida
y
viajar más fácil
en
el tiempo
que
separa a China de Rusia
para
ser un O Dizeo
que
vuelve como nadie
para
evitar
que
su ciudad se ate
a
la fe de la moneda virtual
pero
igual no se preocupa
mientras
pueda acostarse
con
la mujer de la oficina anticorrupción
que
le habla en polaco a los argentinos
y
pueda hacerle una claraboya
al
techo de su pieza
para
gestar desde allí
la
rebelión
de
las plantas potabilizadoras.
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